INDIFERENTES
Todo está ordenado, el
mantel tiene color neutro y en los cubiertos se distinguen
incrustaciones de oro con el escudo abstracto de la indiferencia, los
comensales no entienden esta extraña simbología que se adscribe al
acto como mensaje subliminal que oculta la moraleja de los
anfitriones. Esta noche no invitaron a las mayorías, los pocos se
pavoneaban y los menos alocados pasaban de mesa en mesa intentando
comprender qué razón les movió para acercarse sin reparos a un
club tan misterioso, donde no daban cabida a compromisarios de otras
etnias y representantes oficiales de la importante oligarquía
actual.
O era un juego;
posiblemente los jerarcas adversos fueran invitados para iniciarse en
su propia decadencia, aquello olía a trampa de estado pero solo era
una cena de indiferentes que se prestaban a opinar bajo las consignas
establecidas por las reglas que previamente impusieran los susodichos
anfitriones, que corrían con los gastos del evento y transferían
prestigio a los asistentes. Estar allí suponía colgarse una medalla
de traición o ascender a un cargo perpetuo; desde esa óptica no
importaba el proceder sino el premio, las cosas discurrían con tal
insensatez.
Luego de los rezos, del
consabido responso con alegorías al buen comportamiento para con la
comunidad y luego de mucha palabrería hueca, de aplausos enlatados,
de exceso en la gula, de mofas constantes a los no llamados, luego de
toda esta bufa, el brindis hizo de fuego artificial para abrochar,
con la dignidad venida a menos, la lealtad a los principios generales
del estado a crear, mutando los existentes que prevalecían hasta el
momento y perseverando en el slogan de la indiferencia con todo lo
inverso, con lo opuesto, con la primigenia entelequia, con los sacos
rotos y con la gorra del apuntador; allí primaba la ansiedad por
agarrar la vara y cualquier otro desvío de esta visión apocalíptica
se desterraba de tales desvalidos.
Esta mañana han abierto
los colegios y los mercados se han llenado como de costumbre, no es
obvio volver a pensar ni predecir decadencias, la vida tiene
contrastes inagotables e impredecibles que son absorbidos por los
mecanismos naturales, como también la vida cuida los gusanos que en
la rítmica llamada a la muerte formarán su ejército para dejar el
cuerpo limpio de todas las adversidades de la luz. Así será, ni
rastro de los indiferentes ni de los comensales ni del menú ni de
los fatuos dogmas dejarán los encargados de la limpieza.
Ramón Llanes. 27.
setiembre 2015 en DIARIODEHUELVA.ES
No hay comentarios:
Publicar un comentario