LA
LUZ DEL FARERO.
Capítulo
uno.-
Ayer
nací. Sin luz, sin gafas, sin soberbia; me someto glotón al arte de
vivir sin compromisos con el futuro más allá de los acuñados por
las generaciones precedentes. Soy el farero quinto de la estirpe,
llegado a la par que mi progenitor, el cuarto, liquidaba el último
recibo emitido por la compañía suministradora con la consiguiente
reiteración de un corte inmediato del fluído eléctrico. De algo
sirvió la dicha del parto, hubo, al menos, para subsanar la economía
y que a pesar del ajetreo del nacimiento del primero de los hijos,
“farero quinto”, no se olvidaron las normas del quehacer que
ordena la convivencia, la sociedad opaca en la que ellos vivían y a
la que salté sin predestinación ni convencimiento.
Farero
quinto milagreaba apenas aterrizar. Se cubría la expectativa de
optimismo que había levantado. Lo supe con el tránsito del tiempo y
no pude hacer otra cosa ni intentar otro milagrito para la familia,
bien necesitada por cierto; el progenitor dejó los muebles justos:
la mar enfrente, el faro, la soledad y mi destino; todo previsto y
enlazado como en la más importante corte monárquica de occidente.
Ellos se irían al asfalto,hartos de bramidos y silencios, una vez
que el heredero se meritara para la misión y así se sucederían
unos a otros en la facilidad de donar la luz a la mar para hacerle
camino a los navegantes. Nadie me propuso estrategia de voluntades
distintas, nadie me contó alternativas; el faro sería mi gloria, mi
única gloria.
-Tienes
la mar enfrente y tus manos.
-¿
Y la luz?, ¿cómo haré la luz?.
-Te
la inventas, como hicimos todos desde tu tatarabuelo. La luz se deja
inventar y te harás a su costumbre.
Ayer
nací, hoy ya en la bocana de la miseria aprendiendo invenciones y
quizás mareas con la caprichosa fe de un faro hecho a la vejez y un
hombre sin hacer. El futuro era farero quinto, un héroe absorto al
complejo del destino, yo, con escasas señas de identidad; las
inmediaciones de la costa, herencia de un sorteo, los hombres
anteriores me engendraron para ello.
La
inmensa cristalera imponía desde la altura un respeto de susto que,
al tacto, sucumbía a mi conocimiento y el mar palidecía en las
crestas de la tarde con un olor a tibieza y agua rancia. Allá un
tesoro negro, sin describir, una caricia más a los pies del faro, mi
mundo de perdones y la paz tropezando conmigo escaleras abajo a
cualquier descuido.
Inventé
la luz una mañana y el viento me regaló un reproche, entendí el
error. La luz de la mañana se inventa sola, el farero ha de inventar
la luz del anochecer.
En
un mediodía de travesuras de sol, estío pleno, antorchas y
cristales blandieron espejos a la pubertad del cansancio del farero
y entró una turbulencia de locura en la blanquina cal que adornaba
la espesura del cenáculo de la luz, allí resbaló una majestad de
insolencias opacas y se volcó un desespero entre las brumas para
adormecer el mustio calor de los cirios. Un apagón intuyó el faro
en aquella reposición de otro amanecer que se hizo noche hasta en
las ropas de los adentros del faro y del farero. El quinto, rey de la
soledad, admitió la grandeza del universo y se maniató a su hechizo
hasta que las lontananzas le concedieran la verdad de una nueva
resurrección de la luz. Allí la luz era el todo.
En
los inventos aprendí a conducir los reflejos, dominaba los destellos
y partía en haces las sombras. Era un juego saturado de sed
que
en la pantalla simulaba una misión imprescindible,agradecida por los
barcos que, en la singladura , cantaban salmos de bocinas cuando la
senda se iluminaba a su placer. Tres toques estimulaban, uno bronco
seguido, aturdía; son las reglas de la mar.
Capítulo
dos.-
Han
venido niños rabiosos de libertad a desordenar las caracolas y
embestir el malecón, de esos que nunca se sientan y escudriñan en
los cielos y en los infiernos. Saben poco de la mar y menos del faro
pero entienden de entender y las explicaciones bastan en la primera
intención. Me oyen como sonámbulos y me comen a miradas sin
convencerse de que en realidad yo sea el farero. ¿Un farero así?.
Presumen de listos y preguntan en remolinos, sin dejar tiempo a las
respuestas.
-¿Cómo
se hace la luz?.
-Me
enseñaron a inventarla. Aquí, ¿véis?, tengo el cristal, la
antorcha y la mar enfrente. Nada más se necesita. Luego a esperar el
atardecer.
-¿
Cómo te llamas ?.
-
No tengo nombre, soy el farero quinto de mi estirpe.
-
¿Y para llamarte?.
-
Nadie me llama, no necesito nombre. Farero quinto, solo eso.
Mil
interrogaciones más dejaron la mañana en el umbral del sopor del
meridiano y los niños robaron piedrecillas y cangrejos a las tupidas
olas mientras el hombre que les trajo se cayó en el porche, entre
las macetas de alpilistras , a escuchar los sonidos tenues de aquel
mar solitario sin romper siquiera el silencio para determinarse a
preguntar las razones de mi supervivencia en el faro, sin cuidos, sin
necesidades, sin nombre y sin luz propia. Le faltó valentía y
tiempo y le sobró pudor. Se hizo a la conversación con un: “
maravilloso lugar”, y perdió la vista en el infinito.
-
Me hice a él por obligación. Nací siendo farero y al faro entiendo
mejor que a los hombres. El me ha enseñado el espacio, las
distancias, el consuelo; él me presta la luz que yo le invento y yo
le presto las manos; dos incondicionales necesariamente
intercomunicados, gozosamente condenados a entendernos. Los dos nos
damos la gloria.
-
¿ Y la soledad?.
-
No se está solo cuando el alma tiene compaña.
Alguno
quiso quedarse a especular con la singularidad del paisaje sin que
contara con la aquiescencia del profesor; marchó en el mismo tropel
que los otros, consiguiendo un saber más trémulo de la historia del
farero.
-
Adiós farero sin nombre.
Me
gustó el pulso que tomé a la vida de afuera a través de los niños.
¿Quiénes vendrán mañana u otro día?. Lo mío es la luz, ¡ qué
más da niños y preguntas!.
Las
últimas gaviotas me devolvieron la realidad de un ocaso limpio,
sembrado de solemnidad y con olor a brea quieta. Até la somnolencia
a mis pies, palpité con todos los sentidos y ofrecí al silencio un
grito de amigo: “Te quiero”.
Anudados
los giros recomencé los vuelos por la mar, haciendo fantasías con
la luciérnaga mágica que se sucedían en el dáctil complejo de mi
impotencia y “visioné” los paraísos en una memoria luctuosa y
erótica, dejándome llevar por la emoción de las fragancias de la
noche y por la ruptura de mis esquemas. Ya amanecerá mañana y la
marea me traerá la vanidad de los recuerdos y me harán otra vez el
farero quinto de mi estirpe sin protusiones ni condicionantes, todo
para ser libre, sin quererlo.
Capítulo
tres.-
Siento
a la paz cansada y abúlica, había escrito cuatro frases con la idea
de pronunciarlas constantemente a la hora del grito, de mi grito al
silencio, y se me fueron pécoras al marinero de la orilla, que se
distraía en las medusas, con un “buenos días” lacónico y
triste, como sin obligación de repercutirme las sensaciones de mi
lejanía, que tan cerca le quedan. Y de esa paz remolona me trago el
primer bostezo, la atraganto y la movilizo. Yo mando en mi paz y la
domino.
El
segundo barco manda saludos y deseos de bienestar, ha tocado tres
sirenas y dos más entrecortadas, síntomas de agrados. Si me
conocieran los navegantes, si yo pudiera traerlos a mi fogón del
faro, si ellos gustaran de compartir conmigo una jornada o yo con
ellos un singladura…¡ el farero quinto!. Aleluyas trenzan para mí
la tarde y la solana.
Hoy
palpito en vena, algo nuevo presiento por tanta amabilidad, de los
marinos, de la tarde…será el aguacero que se avecina, tal vez la
esperanza de la calma o la carencia de los miedos. En este lugar
existen los momentos justos, las causas justas, las palabras
contadas, los desafíos justos, como para continuar triturando la
existencia sin prisas; el tren pasa sin estación, me deja el ruido;
los barcos hacen su trasiego al día y firman con el ruido, y se van;
el viento se enfrasca más en este reino mío pero al fin suelta
amarras y se pierde. Sólo yo permanezco para acreditar la constancia
y el amor al destino. Y el faro, que deja boquiabiertos a todos
estos desertores.
El
pescador ha olvidado la orilla y limpiado de medusas la alfombra de
arena que conduce al patio del faro. Otra vez excelso en la tenencia
del YO imperturbable, otra vez, como tantas, ditero de mí mismo para
cobrarme las deudas del día, informador de mí mismo para contarme
los desastres que genera la vida afuera, impulsador de mí mismo para
seguir constituyéndome cada vez mejor en el hombre que esperan de
mí, en el insigne farero quinto de mi estirpe.
Muchas
veces me sacude la onda de la utopía, son mis cánones. Por
referencia sanguínea se remonta al segundo farero de la estirpe, esa
manera de ser, de prestarle minuciosa atención a las interioridades.
Como
vino, se fue el aguacero, dejando lodo sin hacer, mar lelo y faro
burlón; atardece sin ganas en las dunas del pinar y el remero me
recuerda que alguien más que yo vive en este planeta.
Capítulo
cuatro.-
Es
domingo, lo sé por la tardanza de los barcos. La luna me deshizo el
sueño por la mitad, he tenido presagios de amor. El eco bajó a la
cama a musitarme romanzas a desquiciarme en mi voluntad de anacoreta
como si creyera que mi robustez y mi fuerza estuvieran en el celibato
que practico. Me enamoro a diario de todas las mujeres que invito a
mis pensamientos y con ellas, una a una, desmenuzo mi ternura sin
estrenar, regalo caricias nuevas, entretengo el beso en los susurros
del espacio y voy al éxtasis en un credo limpio lamiendo en la
memoria las partes dulces de mi adorada. Me pedí la soledad en la
encarnación, o antes, pero sin cuotas de renuncia al puro sentido de
la vida. Soy hombre, amigo, en la enfermedad, en el sudor y en todas
las plenitudes que se me concedieron.
En
el domingo tuesto mi pan y araño tiempo al sopor, me integro al
paisaje de la bahía y rompo la costumbre de mi comodidad, bajando a
la playa. La apariencia de frescor concede ánimos a los paseantes,
me he rozado con ellos.
-
Mira, debe ser un mendigo.
-
Es el farero.
No
razonan ni una ni otra profesión y no parezco ni farero ni mendigo
pero les dejo en esa incógnita hasta la vuelta.
-
Soy un fraile perdido.
Me
alejo con media sonrisa mientras se evaden de mí y tiran conchas al
agua, arengándose unos a otros y divirtiéndose en un paseo mañanero
por las barandas de la cerca del faro. Me valgo del aire para
descubrir la felicidad y aquí la noto, son sobradamente jóvenes y
capaces de tenerla. No les envidio, les felicito.
Y
así, el resto de las jaculatorias del día domingo, con más
presencia, con más condición de convivencia. A veces se me acercan,
piden de beber o preguntan sobre la altura del faro, les enaltezco la
libertad y la diversión por ser farero, hasta un céntuplo de la
realidad, me divierte magnificar lo que otros alteran con la falta de
importancia. A cualquiera no enseño toda mi vanidad de ámbito, en
ocasiones volteo la conversación para acabar distrayendo con la
agonía de tanto reposo o un comentario trivial sobre la cenefa azul
de la cúpula del faro. Obtengo los resultados apetecidos con los
menos adictos y me cuesta sudor con los eruditos. Estos toman notas
en libretillas pequeñas con un lápiz de punta aguda y más que
preguntar , responden .
Me
arropa, sin embargo, la diversidad de convivencias venidas de
geografías distintas que conmueven o simplemente interesan pero que
se me alían para desasirme de las garras del tedio, cuando se asoma.
El perito quiso adivinar el año de construcción del faro y se fue
con una diarrea mental.
-
Calculo, por la utilización del material, que su construcción se
remonta hacia la segunda mitad del siglo pasado; entre los años
noventa y cinco y noventa y ocho.
-
Suba los primeros cuatro peldaños de la escalera y encontrará un
rótulo con el dato que me pide.
Lo
haría con la rapidez de una bala y bajó sorprendido de su
desacierto.
-
¡ Mil ochocientos cuatro!, ¡ qué barbaridad!.
Se
olvidó de llevar el detalle al cuaderno y rehuyó plantear la
siguiente adivinanza.
Capítulo
cinco.-
La
tarde me vino cariñosa y romántica con una sugerente invitación a
la música. Los facilones acordes del tono de “la menor”, me
embargaron en la nostalgia, perdiendo noción de estado y estancia.
Siempre, la guitarra, me traslada. Oí comentar a mi padre que a
vivir se aprende soñando y más o menos es lo que hago cuando acudo
al sonido, en esa noble madera envejecida heredada de un tío cantor,
que introduce en las entrañas disposiciones tan pasionales.
Me
faltó tarde para las evocaciones. Cuando simuló la despedida aún
andaba en arpegios y sostenidos, comunicándome mis propias odas de
cenobita.
Otra
vez los silbidos de la suave ventisca melodiaban tramos de música en
las hojas del enebro del jardín y en las lejanías asustaban antes
de perderse por los alpendes del pinar, como queriendo hacerse más
interesante. Era todo el murmullo de un final de etapa más burlón
que arisco.
En
la noche no me cabían los recuerdos. La consigna del progenitor en
la entrega de las llaves del faro, la distancia en los destinos de la
familia, mi crecimiento y mi apego a los turbios futuros de mi vida
discapacitada y aterida, mi fábula libre de nacer con cada rayo, mi
traviesa entelequia por la perfección, mi yo, mis manías, mi todo,
mi nada, mi nada, mi superación, mi prolongación como hombre, mi
entrega, mis entregas, mis amores guardados…todo, todo, misión
ecléctica de un soñador dependiente de un faro dador de luz e
incompleto para dársela a sí mismo. Divagaciones que parecían de
un extraño a las puertas del limbo pidiendo un perdón imposible o
una reencarnación inadecuada.
Ni
los trémulos fríos ni la bocana oscura me solventaron la papeleta
de la huida del aquel rincón cálido del alma. Era yo, sin duda. Era
mi carne con eccemas de nostalgias, torpe por la soledad y baja de
defensas, era también y , sobre todo, mi ser repartiendo
inseguridades y venganzas a su propio futuro , renegando inconsciente
de un pasado vulgar, oteando descuentos de placeres. No era yo, no me
conocía. “ Como el toro me crezco en el castigo”, se me había
olvidado. El lema, corría fraguas de desventura. Era el momento del
impulso, no importa la noche, menos los endrinos rotos a la vera del
faro, menos aún los fuegos por encender para los perdidos de la mar;
allí primaba el ser supremo, el hombre, yo, mi yo.
Larga
madrugada de sobresaltos hasta el alba. Los desalientos no duran una
eternidad y la muerte también se descuida. Fue la primera brisa y
nada más, nada más, digo, para la resurrección, y luego el
encuentro con lo cotidiano, la felicidad al alcance de las manos,
nada más. Resurrección del hombre por el propio hombre.
Capítulo
seis.-
Tres
años atrás tuve el último contacto, por agosto, con la única
parte de la familia que sabe del farero quinto su enfática
existencia, los demás, ni a soñar que me ponga. El padre, la madre,
un hermano tímido y para de contar. Vinieron al faro. Aquel día yo
estaba fuerte y con la soledad a hurtadillas.
-
Deberías cuidarte, hijo, te encuentro más delgado.
-
Hola mamá, estoy bien así, no quiero más peso.
-
Cómo se cayó la pérgola del retén de arriba ?, ¿ hizo mucho
viento por aquí?. Es necesario arreglarla y ponerle mayor sujeción.
-
No fue el viento, padre, cayó un día de templanza por pura
casualidad, quizá cansada de aguantar. Tengo prevista su reparación
para la semana próxima.
Observaron
las dependencias de la casa con desinterés poniendo pegas a todo y
procurando evitar que yo intuyera el verdadero motivo de la
inesperada visita. Padre siempre utilizó un vocabulario exiguo,
corto y entendible a la primera, exento de relevancia aunque con
notas de hipérbole cuando a él concernía el deber de autovalorarse
y no podía ser de otra manera hoy, mañana de agosto, verano puro y
en visita oficial por un tema trascendental para el núcleo familiar
que se supone que formábamos. Ellos allá, yo aquí con mi tarea.
Hermano, introvertido y serio, se perdió por no gastar atenciones y
prefirió representar un papel secundario, de acompañante, en este
acto. Así las cosas, alguien tendría la obligación de romper el
tensor y entrar en escena con energía y elegancia. Lo hice, no por
la curiosidad del asunto, sino por darle vida al coloquio con mis
padres, después de tanto tiempo sin tenerlos.
-
Soy feliz aquí, me fabrico mis glorias e intento aprender de los
pocos fracasos. Esto no es el paraiso pero tampoco vosotros lo
tenéis.Estad tranquilos con respecto a mí.
-
Necesitas una compañía habitual, una mujer, ya tienes edad para
ello.
Ese
era el tema a debatir, una mujer.Tal vez con veintisiete años los
hombres piensen desesperadamente en las mujeres y yo no era la
excepción. En verdad que necesito una mujer pero no con la intención
que plantean mis padres, como nodriza o como bastón, yo necesito una
mujer para amarla, para ofrecerle mi mundo enhiesto y sobrado de
riqueza, para sentirme fogosamente amado. Pero habría de ser allí,
junto al faro. El farero quinto de la estirpe tendría que crear el
farero sexto y continuar la tradición. ¡ Una mujer!, ¡claro que
sí!, pero no elegida por ellos, pero no impuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario