RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

martes, 16 de febrero de 2016

LA LUZ DEL FARERO

 
LA LUZ DEL FARERO.


Capítulo uno.-

Ayer nací. Sin luz, sin gafas, sin soberbia; me someto glotón al arte de vivir sin compromisos con el futuro más allá de los acuñados por las generaciones precedentes. Soy el farero quinto de la estirpe, llegado a la par que mi progenitor, el cuarto, liquidaba el último recibo emitido por la compañía suministradora con la consiguiente reiteración de un corte inmediato del fluído eléctrico. De algo sirvió la dicha del parto, hubo, al menos, para subsanar la economía y que a pesar del ajetreo del nacimiento del primero de los hijos, “farero quinto”, no se olvidaron las normas del quehacer que ordena la convivencia, la sociedad opaca en la que ellos vivían y a la que salté sin predestinación ni convencimiento.
Farero quinto milagreaba apenas aterrizar. Se cubría la expectativa de optimismo que había levantado. Lo supe con el tránsito del tiempo y no pude hacer otra cosa ni intentar otro milagrito para la familia, bien necesitada por cierto; el progenitor dejó los muebles justos: la mar enfrente, el faro, la soledad y mi destino; todo previsto y enlazado como en la más importante corte monárquica de occidente. Ellos se irían al asfalto,hartos de bramidos y silencios, una vez que el heredero se meritara para la misión y así se sucederían unos a otros en la facilidad de donar la luz a la mar para hacerle camino a los navegantes. Nadie me propuso estrategia de voluntades distintas, nadie me contó alternativas; el faro sería mi gloria, mi única gloria.
-Tienes la mar enfrente y tus manos.
-¿ Y la luz?, ¿cómo haré la luz?.
-Te la inventas, como hicimos todos desde tu tatarabuelo. La luz se deja inventar y te harás a su costumbre.
Ayer nací, hoy ya en la bocana de la miseria aprendiendo invenciones y quizás mareas con la caprichosa fe de un faro hecho a la vejez y un hombre sin hacer. El futuro era farero quinto, un héroe absorto al complejo del destino, yo, con escasas señas de identidad; las inmediaciones de la costa, herencia de un sorteo, los hombres anteriores me engendraron para ello.
La inmensa cristalera imponía desde la altura un respeto de susto que, al tacto, sucumbía a mi conocimiento y el mar palidecía en las crestas de la tarde con un olor a tibieza y agua rancia. Allá un tesoro negro, sin describir, una caricia más a los pies del faro, mi mundo de perdones y la paz tropezando conmigo escaleras abajo a cualquier descuido.
Inventé la luz una mañana y el viento me regaló un reproche, entendí el error. La luz de la mañana se inventa sola, el farero ha de inventar la luz del anochecer.
En un mediodía de travesuras de sol, estío pleno, antorchas y cristales blandieron espejos a la pubertad del cansancio del farero y entró una turbulencia de locura en la blanquina cal que adornaba la espesura del cenáculo de la luz, allí resbaló una majestad de insolencias opacas y se volcó un desespero entre las brumas para adormecer el mustio calor de los cirios. Un apagón intuyó el faro en aquella reposición de otro amanecer que se hizo noche hasta en las ropas de los adentros del faro y del farero. El quinto, rey de la soledad, admitió la grandeza del universo y se maniató a su hechizo hasta que las lontananzas le concedieran la verdad de una nueva resurrección de la luz. Allí la luz era el todo.
En los inventos aprendí a conducir los reflejos, dominaba los destellos y partía en haces las sombras. Era un juego saturado de sed
que en la pantalla simulaba una misión imprescindible,agradecida por los barcos que, en la singladura , cantaban salmos de bocinas cuando la senda se iluminaba a su placer. Tres toques estimulaban, uno bronco seguido, aturdía; son las reglas de la mar.


Capítulo dos.-

Han venido niños rabiosos de libertad a desordenar las caracolas y embestir el malecón, de esos que nunca se sientan y escudriñan en los cielos y en los infiernos. Saben poco de la mar y menos del faro pero entienden de entender y las explicaciones bastan en la primera intención. Me oyen como sonámbulos y me comen a miradas sin convencerse de que en realidad yo sea el farero. ¿Un farero así?. Presumen de listos y preguntan en remolinos, sin dejar tiempo a las respuestas.
-¿Cómo se hace la luz?.
-Me enseñaron a inventarla. Aquí, ¿véis?, tengo el cristal, la antorcha y la mar enfrente. Nada más se necesita. Luego a esperar el atardecer.
-¿ Cómo te llamas ?.
- No tengo nombre, soy el farero quinto de mi estirpe.
- ¿Y para llamarte?.
- Nadie me llama, no necesito nombre. Farero quinto, solo eso.
Mil interrogaciones más dejaron la mañana en el umbral del sopor del meridiano y los niños robaron piedrecillas y cangrejos a las tupidas olas mientras el hombre que les trajo se cayó en el porche, entre las macetas de alpilistras , a escuchar los sonidos tenues de aquel mar solitario sin romper siquiera el silencio para determinarse a preguntar las razones de mi supervivencia en el faro, sin cuidos, sin necesidades, sin nombre y sin luz propia. Le faltó valentía y tiempo y le sobró pudor. Se hizo a la conversación con un: “ maravilloso lugar”, y perdió la vista en el infinito.
- Me hice a él por obligación. Nací siendo farero y al faro entiendo mejor que a los hombres. El me ha enseñado el espacio, las distancias, el consuelo; él me presta la luz que yo le invento y yo le presto las manos; dos incondicionales necesariamente intercomunicados, gozosamente condenados a entendernos. Los dos nos damos la gloria.
- ¿ Y la soledad?.
- No se está solo cuando el alma tiene compaña.

Alguno quiso quedarse a especular con la singularidad del paisaje sin que contara con la aquiescencia del profesor; marchó en el mismo tropel que los otros, consiguiendo un saber más trémulo de la historia del farero.
- Adiós farero sin nombre.
Me gustó el pulso que tomé a la vida de afuera a través de los niños. ¿Quiénes vendrán mañana u otro día?. Lo mío es la luz, ¡ qué más da niños y preguntas!.
Las últimas gaviotas me devolvieron la realidad de un ocaso limpio, sembrado de solemnidad y con olor a brea quieta. Até la somnolencia a mis pies, palpité con todos los sentidos y ofrecí al silencio un grito de amigo: “Te quiero”.
Anudados los giros recomencé los vuelos por la mar, haciendo fantasías con la luciérnaga mágica que se sucedían en el dáctil complejo de mi impotencia y “visioné” los paraísos en una memoria luctuosa y erótica, dejándome llevar por la emoción de las fragancias de la noche y por la ruptura de mis esquemas. Ya amanecerá mañana y la marea me traerá la vanidad de los recuerdos y me harán otra vez el farero quinto de mi estirpe sin protusiones ni condicionantes, todo para ser libre, sin quererlo.


Capítulo tres.-

Siento a la paz cansada y abúlica, había escrito cuatro frases con la idea de pronunciarlas constantemente a la hora del grito, de mi grito al silencio, y se me fueron pécoras al marinero de la orilla, que se distraía en las medusas, con un “buenos días” lacónico y triste, como sin obligación de repercutirme las sensaciones de mi lejanía, que tan cerca le quedan. Y de esa paz remolona me trago el primer bostezo, la atraganto y la movilizo. Yo mando en mi paz y la domino.
El segundo barco manda saludos y deseos de bienestar, ha tocado tres sirenas y dos más entrecortadas, síntomas de agrados. Si me conocieran los navegantes, si yo pudiera traerlos a mi fogón del faro, si ellos gustaran de compartir conmigo una jornada o yo con ellos un singladura…¡ el farero quinto!. Aleluyas trenzan para mí la tarde y la solana.
Hoy palpito en vena, algo nuevo presiento por tanta amabilidad, de los marinos, de la tarde…será el aguacero que se avecina, tal vez la esperanza de la calma o la carencia de los miedos. En este lugar existen los momentos justos, las causas justas, las palabras contadas, los desafíos justos, como para continuar triturando la existencia sin prisas; el tren pasa sin estación, me deja el ruido; los barcos hacen su trasiego al día y firman con el ruido, y se van; el viento se enfrasca más en este reino mío pero al fin suelta amarras y se pierde. Sólo yo permanezco para acreditar la constancia y el amor al destino. Y el faro, que deja boquiabiertos a todos estos desertores.
El pescador ha olvidado la orilla y limpiado de medusas la alfombra de arena que conduce al patio del faro. Otra vez excelso en la tenencia del YO imperturbable, otra vez, como tantas, ditero de mí mismo para cobrarme las deudas del día, informador de mí mismo para contarme los desastres que genera la vida afuera, impulsador de mí mismo para seguir constituyéndome cada vez mejor en el hombre que esperan de mí, en el insigne farero quinto de mi estirpe.
Muchas veces me sacude la onda de la utopía, son mis cánones. Por referencia sanguínea se remonta al segundo farero de la estirpe, esa manera de ser, de prestarle minuciosa atención a las interioridades.
Como vino, se fue el aguacero, dejando lodo sin hacer, mar lelo y faro burlón; atardece sin ganas en las dunas del pinar y el remero me recuerda que alguien más que yo vive en este planeta.


Capítulo cuatro.-

Es domingo, lo sé por la tardanza de los barcos. La luna me deshizo el sueño por la mitad, he tenido presagios de amor. El eco bajó a la cama a musitarme romanzas a desquiciarme en mi voluntad de anacoreta como si creyera que mi robustez y mi fuerza estuvieran en el celibato que practico. Me enamoro a diario de todas las mujeres que invito a mis pensamientos y con ellas, una a una, desmenuzo mi ternura sin estrenar, regalo caricias nuevas, entretengo el beso en los susurros del espacio y voy al éxtasis en un credo limpio lamiendo en la memoria las partes dulces de mi adorada. Me pedí la soledad en la encarnación, o antes, pero sin cuotas de renuncia al puro sentido de la vida. Soy hombre, amigo, en la enfermedad, en el sudor y en todas las plenitudes que se me concedieron.
En el domingo tuesto mi pan y araño tiempo al sopor, me integro al paisaje de la bahía y rompo la costumbre de mi comodidad, bajando a la playa. La apariencia de frescor concede ánimos a los paseantes, me he rozado con ellos.
- Mira, debe ser un mendigo.
- Es el farero.
No razonan ni una ni otra profesión y no parezco ni farero ni mendigo pero les dejo en esa incógnita hasta la vuelta.
- Soy un fraile perdido.
Me alejo con media sonrisa mientras se evaden de mí y tiran conchas al agua, arengándose unos a otros y divirtiéndose en un paseo mañanero por las barandas de la cerca del faro. Me valgo del aire para descubrir la felicidad y aquí la noto, son sobradamente jóvenes y capaces de tenerla. No les envidio, les felicito.
Y así, el resto de las jaculatorias del día domingo, con más presencia, con más condición de convivencia. A veces se me acercan, piden de beber o preguntan sobre la altura del faro, les enaltezco la libertad y la diversión por ser farero, hasta un céntuplo de la realidad, me divierte magnificar lo que otros alteran con la falta de importancia. A cualquiera no enseño toda mi vanidad de ámbito, en ocasiones volteo la conversación para acabar distrayendo con la agonía de tanto reposo o un comentario trivial sobre la cenefa azul de la cúpula del faro. Obtengo los resultados apetecidos con los menos adictos y me cuesta sudor con los eruditos. Estos toman notas en libretillas pequeñas con un lápiz de punta aguda y más que preguntar , responden .
Me arropa, sin embargo, la diversidad de convivencias venidas de geografías distintas que conmueven o simplemente interesan pero que se me alían para desasirme de las garras del tedio, cuando se asoma. El perito quiso adivinar el año de construcción del faro y se fue con una diarrea mental.
- Calculo, por la utilización del material, que su construcción se remonta hacia la segunda mitad del siglo pasado; entre los años noventa y cinco y noventa y ocho.
- Suba los primeros cuatro peldaños de la escalera y encontrará un rótulo con el dato que me pide.
Lo haría con la rapidez de una bala y bajó sorprendido de su desacierto.
- ¡ Mil ochocientos cuatro!, ¡ qué barbaridad!.
Se olvidó de llevar el detalle al cuaderno y rehuyó plantear la siguiente adivinanza.


Capítulo cinco.-

La tarde me vino cariñosa y romántica con una sugerente invitación a la música. Los facilones acordes del tono de “la menor”, me embargaron en la nostalgia, perdiendo noción de estado y estancia. Siempre, la guitarra, me traslada. Oí comentar a mi padre que a vivir se aprende soñando y más o menos es lo que hago cuando acudo al sonido, en esa noble madera envejecida heredada de un tío cantor, que introduce en las entrañas disposiciones tan pasionales.
Me faltó tarde para las evocaciones. Cuando simuló la despedida aún andaba en arpegios y sostenidos, comunicándome mis propias odas de cenobita.
Otra vez los silbidos de la suave ventisca melodiaban tramos de música en las hojas del enebro del jardín y en las lejanías asustaban antes de perderse por los alpendes del pinar, como queriendo hacerse más interesante. Era todo el murmullo de un final de etapa más burlón que arisco.
En la noche no me cabían los recuerdos. La consigna del progenitor en la entrega de las llaves del faro, la distancia en los destinos de la familia, mi crecimiento y mi apego a los turbios futuros de mi vida discapacitada y aterida, mi fábula libre de nacer con cada rayo, mi traviesa entelequia por la perfección, mi yo, mis manías, mi todo, mi nada, mi nada, mi superación, mi prolongación como hombre, mi entrega, mis entregas, mis amores guardados…todo, todo, misión ecléctica de un soñador dependiente de un faro dador de luz e incompleto para dársela a sí mismo. Divagaciones que parecían de un extraño a las puertas del limbo pidiendo un perdón imposible o una reencarnación inadecuada.
Ni los trémulos fríos ni la bocana oscura me solventaron la papeleta de la huida del aquel rincón cálido del alma. Era yo, sin duda. Era mi carne con eccemas de nostalgias, torpe por la soledad y baja de defensas, era también y , sobre todo, mi ser repartiendo inseguridades y venganzas a su propio futuro , renegando inconsciente de un pasado vulgar, oteando descuentos de placeres. No era yo, no me conocía. “ Como el toro me crezco en el castigo”, se me había olvidado. El lema, corría fraguas de desventura. Era el momento del impulso, no importa la noche, menos los endrinos rotos a la vera del faro, menos aún los fuegos por encender para los perdidos de la mar; allí primaba el ser supremo, el hombre, yo, mi yo.
Larga madrugada de sobresaltos hasta el alba. Los desalientos no duran una eternidad y la muerte también se descuida. Fue la primera brisa y nada más, nada más, digo, para la resurrección, y luego el encuentro con lo cotidiano, la felicidad al alcance de las manos, nada más. Resurrección del hombre por el propio hombre.



Capítulo seis.-

Tres años atrás tuve el último contacto, por agosto, con la única parte de la familia que sabe del farero quinto su enfática existencia, los demás, ni a soñar que me ponga. El padre, la madre, un hermano tímido y para de contar. Vinieron al faro. Aquel día yo estaba fuerte y con la soledad a hurtadillas.
- Deberías cuidarte, hijo, te encuentro más delgado.
- Hola mamá, estoy bien así, no quiero más peso.
- Cómo se cayó la pérgola del retén de arriba ?, ¿ hizo mucho viento por aquí?. Es necesario arreglarla y ponerle mayor sujeción.
- No fue el viento, padre, cayó un día de templanza por pura casualidad, quizá cansada de aguantar. Tengo prevista su reparación para la semana próxima.

Observaron las dependencias de la casa con desinterés poniendo pegas a todo y procurando evitar que yo intuyera el verdadero motivo de la inesperada visita. Padre siempre utilizó un vocabulario exiguo, corto y entendible a la primera, exento de relevancia aunque con notas de hipérbole cuando a él concernía el deber de autovalorarse y no podía ser de otra manera hoy, mañana de agosto, verano puro y en visita oficial por un tema trascendental para el núcleo familiar que se supone que formábamos. Ellos allá, yo aquí con mi tarea. Hermano, introvertido y serio, se perdió por no gastar atenciones y prefirió representar un papel secundario, de acompañante, en este acto. Así las cosas, alguien tendría la obligación de romper el tensor y entrar en escena con energía y elegancia. Lo hice, no por la curiosidad del asunto, sino por darle vida al coloquio con mis padres, después de tanto tiempo sin tenerlos.
- Soy feliz aquí, me fabrico mis glorias e intento aprender de los pocos fracasos. Esto no es el paraiso pero tampoco vosotros lo tenéis.Estad tranquilos con respecto a mí.
- Necesitas una compañía habitual, una mujer, ya tienes edad para ello.
Ese era el tema a debatir, una mujer.Tal vez con veintisiete años los hombres piensen desesperadamente en las mujeres y yo no era la excepción. En verdad que necesito una mujer pero no con la intención que plantean mis padres, como nodriza o como bastón, yo necesito una mujer para amarla, para ofrecerle mi mundo enhiesto y sobrado de riqueza, para sentirme fogosamente amado. Pero habría de ser allí, junto al faro. El farero quinto de la estirpe tendría que crear el farero sexto y continuar la tradición. ¡ Una mujer!, ¡claro que sí!, pero no elegida por ellos, pero no impuesta.

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