ORILLA BLANCA, ORILLA
NEGRA
Se
nos fue la conciencia de las manos al depósito fácil del mar, desde donde no se
oyen los lamentos y es imposible contar las muertes una a una, ponerles nombres
o devolverles a la tierra; desde allí la custodia es solo material, volarán
otra vez el mismo azul y asistirán a quienes se juegan sus vidas por alcanzar
la orilla blanca de sus utopías, acechando el miedo y volcados a la
desesperación deshonrosa de partir dejando atrás la querencia. Solo el
bienestar que imaginan les empujó a una gloria inaudita, amilanando en el
intento la verdad que traían y la sangre toda que se derramó por toneladas en
las balsas del mar, triste desconocedor de las tragedias.
No
es reclamo la muerte negra para las vergüenzas blancas, se precisa una mejor
editorial que incite a la acción que demanda la sociedad humana que aún existe
en la frontera europea; quizá esté obsoleta la consigna de la consideración
hacia los pueblos que muerden a diario la miseria en términos monstruosos y
quizá la opinión colectiva se haya acostumbrado al noticiario luctuoso como si
de una gresca política al uso se tratara y la atención se desvía al resultado
deportivo, la prensa rosa o la sonrisa del anuncio.
Que
Europa se inclina por un silencio sospechoso es razón que a nadie escapa,
esperando de un momento a otro una moraleja tardía a modo de repulsa institucional contra los
estados que impulsan el éxodo desde la orilla negra y más que impedirles la
marcha la jalean. Esta gran Europa tiene problemas más importantes para
resolver y en su tecnocracia no figuran los actos de valor en pro de pobres,
desasistidos y gente insana que poco aportarían a las sociedades civilizadas.
Hay un panorama peligroso en el aire que se transmite a todas las orillas y que
puede causar un conflicto de muy difícil solución una vez iniciado. Europa está
perdiendo aceite solidario por los bajos y capacidad para encontrar soluciones,
mientras continúa el mar llorándole sus errores.
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