Ha llovido y han vuelto los charcos a distinguirse de humedad en la tierra como si tuvieran una golosa vocación de mar o de espejos, y llegan para que los niños chapoteen sus pocas aguas y se vea en ellos el cielo mirando hacia abajo, para que por un rato el mar se crea un charco mayor y ambos se transmitan emociones de cómo es la vida tierra adentro. Y contemplarlo se hará útil para tener exacta conciencia de la separación entre la realidad y el eco porque acaso también se le antoje al charco aparentar un eco místico de lago, una dosis de nube, el resultado de la caída de la cesta pantanosa de los suburbios celestes hasta la urdimbre de tiempo que acá se forja. O quizá sea solo una estampa efímera.
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