A MARIO Y CLAUDIA
El amor había hecho otra vez diabluras en el
espacio por los embrujos de Granada. Se buscan los ojos hasta destinarlos en un
beso ceñido, Mario y Encarnación, en el leguaje de una distancia sorprendente
han decidido viajar juntos por la vida, amparados, por si acaso, en los pilares
de la raíz amada: Puebla de Guzmán para él, Almocita para ella.
Al mismo tiempo en los contornos de sol abierto,
luz de saeta y abrigo del río, Antonio y María se interponen en una canción sin
fin que dignifican como ceremonia de amor. Son, aquí, Cantillana y Huelva
pechos amamantadores y testigos agradecidos de las promesas.
En aquel abril riguroso, torero y señorial trajo
un niño su primor llanto de feria, querido juego de faroles y remolinos para
ser llamado Mario Ramón Gómez Rivas, a quien ellos, los creadores, besan con la
señal de la mejor bienvenida.
Requiebros de bonanza asoman por Sevilla también
en la placidez de marzo para recibir a Claudia Ortiz Salido por quien tocan a
gloria las campanas de San Benito.
De la felicidad, a veces íntegra, a veces azotada,
aprenden los niños las conductas sabias de los padres. Y han de ser flores de
campanilla con ribetes de gabacha y bulerías, las premisas que el río ponga en
las manos de cada uno. A Claudia por aquí, por los azahares; a Mario por allá,
por las tomilleras de El Andévalo. Se encuentran para entretenerse en el amor
que se premian en este doce de octubre de 1996, con la humildad pasional que a
ambos identifica.
Para que sean tiernamente felices Claudia y Mario,
pequeños dioses de la bondad.
En su boda 12-10-1996.
Ramón Llanes.
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