EL POZO DE LA FALSA.
Carmen recibía compaña y amor en aquella soledad de las minas, soñaba su romance no hallado, carecía de relación sentimental a la manera clásica y se valía de la noche para regar sus emociones con lances furtivos; un hombre le agigantaba su pasión estremecida porque los tiempos no consentían el adulterio cuando el adulterio se convertía en el más necesario de los pecados. Las noches taponaban los ruídos y se hacían silencios los besos y las palabras, únicos cómplices de un delirio humano imperceptible para los demás y gozado por ella con la intensidad de los enamorados.
Carmen tuvo en sus manos un destino impropio y fugaz, le concedieron la otra paz que no deseara, renunció a los medios y a la moralidad ofrecida, a sangre y valor apañó su anonimato con entregas, su timidez con valentía y su fuerza se forjó de una intensidad inigualable para seguir rozando los labios amados en esas oscuridades a donde la luz no alcanza.
Pedro se le acercaba a cada atardecer, dejando atrás compromisos de esposo en otro hogar, y vivían juntos, con misión de recelo, las horas que los sueños otorgaban tranquilidad a los vecinos, para inventarse justificaciones o perpetuar el amor.
El tiempo se hizo con ellos testigo y compañero. Conspiraba desde el ocaso al amanecer osando otorgarles prudencia y ánimos, que solo el tiempo sabe conceder tales bienes.
Mucho después oyeron el llanto abierto y libre de un niño que nacía envuelto en pañales de asombro. No tuvieron el pulso justo para solicitar del tiempo más complicidad y quedaron rotos de miedo, en un cuartucho de soledad, en una tormenta de culpas que predecían. No cabía otro desenlace que la nada.
Y ya en la noche devolvieron el niño a su sueño de agua dejándole menos libre, hasta que el pozo le tragó el llanto extenuado y el recuerdo quedó en un fugaz pensamiento dolido por Carmen.
No existe la memoria en los vecinos después de la condena para ambos pero se le llama aún el pozo de la falsa sin apenas creerse si todo fuera verdad o leyenda.
Ramón Llanes.
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