NAVIDAD.
Me dirigía
tranquilo a mi quehacer diario; era Navidad y las gentes mostraban el mismo
rostro de siempre salvo algunas excepciones; nos deseábamos felicidad de manera
distinta a como lo hacemos el resto del año. Encontré hombres y mujeres que pedían
una limosna para comer, un indigente dormía en el zaguán de una entidad
bancaria con los pies al descubierto, llovía, tenía la cabeza tapada, eran poco
menos de las once, nadie le prestaba atención.
En el
bar alguien pidió un desayuno con vehemencia amenazando coger una metralleta,
nadie le prestó atención y se fue sin desayunar; llovía, muchas gentes
caminaban sin paraguas, se mojaban sin pretender ser románticos; un chico
joven, bien vestido vendía calentadores de marca desconocida, nadie le compraba;
en una esquina estaba, como siempre, el vendedor de cupones que lleva un año
sin dar buena suerte, la señora del kiosko de prensa tenía frío y estaba
aburrida, con cara de tristeza, los bares son un reguero de público a la hora
del desayuno, toman café con tostada, (muy típico); Una chica alta y rubia
hablaba con su novio por el móvil, pasábamos, la oíamos, nadie le prestaba
especial atención. Un moro vendía alfombras de las que no vuelan y nadie le
compraba.
Las
conversaciones tienen exclusiva referencia a los desastres de la
actualidad, mi amigo se enfada; al
salir, un hombre muy mayor me detiene y me pide que le preste dos minutos de mi
tiempo, le hago poco caso pero le atiendo. Me ofrece, gratis, su mensaje para
esta Navidad: “quiero ser feliz” y ni siquiera me pide que le sonría y nos
despedimos sin creernos.
Ramón
Llanes.
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