DON
NADIE
Muerto pero mío, encerrado, tímido,
loco; perdió los papeles del paro, acarició la escalera, volvió a sus sueños y
desapareció luego de haber comprado pastillas para el olvido.
De pronto durmió tres noches en la
soledad de la ausencia, calle arriba, sin cansancio ni futuro. Ahora piensa que
ha llegado a ser un importante Don Nadie en el suburbio de los miedos y canta
que se ama, muerto pero mío; su decencia le impidió deshacerse de presente y
tiempo. Su educación, depurada y técnica, como una obra de Velázquez, le
aprisiona en ámbitos de bienestar que tal vez tuviera en vidas anteriores; es
un genio de la falacia, un trincón honesto con tripas de algodón que no acusan
los golpes de la calle, es un bufón de los credos pero sigue con su cartel de don
nadie colgado en los ojos.
Si hubiera elegido ser cartero, aún
estarían las cartas en el buzón, sin entregar, sin abrir, solo observadas y
vistas por él; si hubiera sido payaso contaría las verdades de sus semejantes y
las mentiras suyas; si hubiera aprendido a leer sería un inculto con
certificado de primaria; si se hubiera dedicado apasionadamente a la política
habría llegado a lo más alto, sería senador, portavoz, presidente de varias
comisiones, llevaría su nombre una plaza del pueblo y se jactaría en los foros
más íntimos de cobrar dietas dobles y tener cinco amantes. Pero eligió vivir y
se ha quedado en carcelero de sí mismo, más don nadie.
Ni a dormir que se pusiera le
respetaran las moscas; ni para romper un plato han de llamarle al brete. Está ,
pero es opaco, inocuo, pusilánime, aire.
Ni le envidian ni envidia; ni le
buscan ni le aprecian ni le echan de menos. No le vieron en la segunda
instancia rellenando la página del placer, se quedó en los renglones de saber
sonreír y a eso se apega, fanático. Acaso usted le viera en la tarde semipálida
del jueves, esbozando palabrerías repetidas, anunciar que había decidido ser
galán en un documental sobre El Serengueti; no existe otra constancia de su
marcha salvo un graffitis en rojo a la puerta del último lugar que fuera su
paradero, donde imprime “muerto pero mío”, con una firma que dice “don nadie”,
y olvido.
El público se ha desentendido de su
existencia, - en el transcurso de su sueño-, claro.
Ramón Llanes.
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