COLORES.
A poco que lo intentemos podemos saber el color de una rosa. Con algo de imaginación adivinaremos el color de un atardecer que no veamos. En una tempestad aprenderemos el color del miedo. El color de la nieve lo tenemos aprendido de memoria. Comprendemos el color de la muerte y el color asfixiante del humo. Nos viene con frecuencia el color de una copa de vino o el color extraño que deja una huella de herida. Hasta entendemos el color de la pureza de tanto como nos enseñaron. Incluso el color de los ángeles o el color del paraíso. Los colores de las frutas marchitas y de los invernaderos, del corazón y del orín, del azufre y del oro. Los colores absorbentes de una gota de agua convertida en lágrima. El color del asfalto y de la miseria. Hemos visto el color de las luces distinguiendo entre aquellas que nos muestran alegría o dolor. El color de la noche asola nuestro pensamiento, el color de los ojos de la mujer que amas, el color del camino. Hemos sabido ponerle color a la distancia y al abrazo pero no me atrevo a colorear la expectación que me produce la esperanza de verte, amor.
Ramón Llanes
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