EXTRAÑOS EN EL PRESENTE
A veces, divagando, quitamos las
barreras del tiempo para imaginar cómo se acomodaría a nuestro presente
cualquier antepasado extraño que apareciera de pronto en la esfera actual, ésta
suministrada por cables, células fotovoltaicas, redes, telefonía móvil y mil
inventos más al uso de la evolución que soporta nuestra manera de convivir y a
la que estamos compelidos sin remedio.
Si alguien anterior se asomara,
quedaría tan sorprendido de los avances hasta serle difícil o imposible entenderlos.
Le explicaríamos con ardor las velocidades que alcanzan los aviones, el
progreso con respecto al conocimiento del espacio, las técnicas científicas de
los trasplantes de órganos, la versatilidad alcanzada en las comunicaciones;
explicaríamos, como si le estuviéramos enseñando otro mundo distinto de aquel
en el que vivió, la tecnología industrial, los avanzados progresos sobre
inseminación artificial, la praxis tan fundamental
en
el desarrollo de la vida; le explicaríamos tantas cosas, tantas cosas nuevas
para él, desconocidas en su existencia y que hoy son claves para el
desenvolvimiento de la sociedad que se caería del susto. Todo esto no era
previsible.
Nuestro antepasado, de hace dos siglos
atrás, por ejemplo, se encontraría un mundo perfecto, le parecería estar
imaginando aquello que no le fue posible soñar, alabaría los sistemas, los
logros, la sabiduría de esta actual civilización con tantos adelantos. Y
pensaría en la infinidad de comodidades propiciadas por la investigación. Y
desearía haberla podido vivir.
Acaso, antes de volver a desaparecer,
preguntara si acabaron las guerras, si dejó de existir el odio, si se avanzó
también en equilibrar las desigualdades sociales, si se acabó el hambre; y
acaso preguntara si los seres humanos de esta primorosa civilización habían
alcanzado la felicidad. Nuestras negativas respuestas le dejarían aún más
atónito y le alimentarían las ganas de volver a su refugio, olvidando este cuento.
RAMÓN LLANES
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