EL DESAFÍO.
Sucede cuando el cuerpo te
pide guerra. Otero aprendió todos los síntomas del bienestar, fue un bienestar
por sí solo. Bonachón, tranquilo, aparentemente inconformista, muy dado a los
debates pero siempre rehuyendo las metas, las inquietudes y las ilusiones;
ahora goza de esa preciosa edad que son los treinta años y ha pasado sin pena
ni gloria incluso por su propia casa en donde lo conocen por el tanto tiempo
que ocupa la habitación. Le dio por las pesas y se compró la gama completa del
gimnasio, luego por el tenis, más tarde por el inglés, los coches, los libros
sobre ecología…todo al mismo trastero, al olvido.
Ese tipo de hombre que
empiezan todo con entusiasmo y con el
mismo entusiasmo lo dejan al tercer día, así es Otero, un holgazán de pueblo
pendiente de vivir, dormir, comer y cagar, sin más pretensiones que éstas. Es
una pieza humana en desuso o un animal en peligro de extinción, lo cierto es
que alardea de señorito y bien que se ejemplariza. Jugaba al fútbol y lo dejó
por evitar esfuerzos, no fue capaz de obtener el carnet de conducir por falta
de ganas, por no esforzarse. Los padres le atienden y miman como si fuera el
rey, él consiente el trato porque le va mucho mejor de tal manera.
Algo curioso puede haberle
sucedido a juzgar por pequeños detalles que se le han observado en los últimos
días, parece que prepara una sorpresa y tiene a muchos pendientes de sus actos.
Se le ve con algún libro. Ayer mismo sonrió al personal de la otra banda (los
trabajadores) y se permitió llamarles colegas; tan sorprendidos quedaron que se
miraron sin decir palabra y sin gesticular continuando su labor como si el
saludo no fuera con ellos. Otero les requirió nuevamente al socaire de aquel
bufón sol de mediodía y les llamó otra vez “colegas”. Nadie sabía por donde venían
los tiros, Otero no podía ser colega de tal estirpe de albañiles que ocupaban
en la mezcla la gran parte de su tiempo, precisamente al contrario que el “jaragán”
de Otero que no conocía profesión ni oficio.
De aquella conversación trivial
nadie sacó otras consecuencias que las propias de una broma de Otero, (por
cierto poco dado a ellas) pero el susodicho, en efecto, acertaba al llamarles “colegas”
a los pobres albañiles que se secaban en el patio subiendo y bajando ladrillos
sin parar, porque de golpe y porrazo Otero montó una empresa constructora con
mucho bombo para realizar principalmente obras del Estado a raiz del cargo otorgado
a un primo suyo en una de esas delegaciones de la Junta tan abundantes en la
actualidad.
Y un cuatro de junio empezaba
su andadura empresarial construyendo un centro de salud en el pueblo con un
presupuesto de más de treinta millones, suponiendo para el inútil de Otero el
gran desafío de su vida.
Las obras se desarrollaban
en los límites normales de calidad y tiempo merced a un encargado borrachín
pero listo y con experiencia que las dirigía. En los primeros días Otero estaba
antes que los obreros en el tajo pero en un abrir y cerrar de ojos fue perdiendo
intensidad positiva y ganando en comodidad hasta perderse de vista semanas
enteras, como corresponde a un jefe de tal calibre.
Otero hizo dinero como pocos
del pueblo. No tenía el vicio de hacer inversiones porque las consideraba mucho
riesgo pero vivió con suficiente holgura el resto de su tiempo aunque sin
perder la costumbre de levantarse antes de las doce y de mandarle jamones de
vez en cuando a su primo el de la Junta.
Ramón Llanes
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