UN ACERCAMIENTO
A LA FRONTERA
África tiene tanta sed como
hambre, agolpa desdichas por todos los campos enredosos de sus perdidas
batallas contra la supervivencia y se estremece cada día con una desaparición
por segundo de uno de sus habitantes a la fuerza que mueren por no dormir más
en la indigencia. África no suplica lástima ni maná gratuito ni atenciones
lujosas, pide vida. Ni siquiera son apátridas los aventureros que la abandonan,
ni siquiera huyen de represión y agobios, de la muerte que, a las espaldas, le
monta una guardia interminable más de las 24 horas que para ellos son una
nimiedad.
Para los africanos existen
mundos donde se despejan los obstáculos de la inseguridad y de la carencia, a
esa tierra nunca prometida quieren nadar a conciencia de flaquear o de ser
advertidos por Occidente y perder, y perder, con solo ansiar un acercamiento a
la frontera para liberarse de la losa de la angustia eterna. Desoye la
civilización el grito de África y se somete a pagar con la muerte la utopía de
llegar a un atardecer distinto.
Pero Occidente no es tierra
que se distinga por su hospitalidad y sanciona su ordenamiento con leyes de
rechazo e intolerancia, extendiéndose en excusas de discapacidad de empleo,
deuda exterior inasumible, avances tecnológicos, estadísticas que fraccionan
los sobrantes de ciudadanos, el euro, la chaqueta azul de la reina madre, la
pobre lady, etecé, etecé. Se enjaula Occidente en su nueva acepción de la
sociedad de los mercaderes disimulando con el tiempo en discusiones versátiles
y agrestes, y hacen llorar a quien les toca pero sirven para conocer a nombres en alemán o
italiano que hacen las cosas al revés para que se les tenga en cuenta a la hora
de… las nóminas.
La lectura a todo esto no
suele presentarse como lacónica o trivial, encierra infinidad de premisas que
pueden acabar en no menos infinidad de
conclusiones. “No cabemos los que ya estamos”, es la adveración oficialista más
al uso, el lema de la legislatura acuñado tal vez en largas sesiones de
parlamentos con descansos interminables e insultos entre poderosos. África
espera mientras tanto un gesto de grandeza, un impulso humanitario de los de
arriba para suplantar una migaja de bienestar por la muerte. No podrá caber
entera, ¿no habrá solución mejor que matarla?. La redistribución de la riqueza
con otra fórmula, la implicación de las naciones todas, la complicidad de los
organismos internacionales con el hombre africano y con sus problemas, la
intervención con todos los medios al alcance del progreso, el yo hombre de a
pie, el tú mujer de cualquier ciudadanía, el nosotros de clase baja o
jerifaltillos de nada que cambiamos el coche cada dos por tres, el vosotros
raterillos de estado que andáis pensando la próxima treta o artimaña para aumentar
la cuenta de Suiza y tú iglesia poderosa tan tacaña como dogmática y el que
lleva el butano a casa de la señorita y el cuidador del caballo. Y todo el
compromiso para evitar que África medre la vida.
Ramón Llanes.
Huelva,
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