A PROPÓSITO DE LA MUERTE
Los últimos días dieron mucho que hablar sobre la muerte; una mujer y un hombre, -ambos sometidos a esa debla opresiva del poder-, dejaron la vida y ocuparon su lugar en la inexistencia como cualquier otro humano. Las mentes aún vivas del patio han calculado en poco tiempo las bondades y maldades de esos dos seres mencionados, las tintas desfiguraron el papel con estridencias y las redes ardieron aprovechando la noticia; la muerte consintió esa manera de juzgar tan propia de una sociedad con valores en decadencia. Hablaron mucho de ellos, en exceso, demasiado, en positivo y en negativo, con rabia y con alegría, con llanto y con aplauso, parece que todo cabía en las cajas de esos dos muertos.
El ciudadano veintinueve millones y pico se dolió cuando la muerte llegó a Pilar, Agustina, Jacinto, Eladia, José o Manolita, se dolió con todo el recuerdo en las estrías más puras porque estas fueron muertes anónimas y humildes de seres inmensamente grandes y no cabían en sus cajas tantos halagos y ni siquiera se ocurriera a alguien mentar reproche o desvalor y ni siquiera se produjeran insultos porque los seres hechos en el calor del hogar limpio ocupan espacios distintos y órbitas astrales que les protegen de estas ingratas menudencias. Por esos dioses nuestros nos duele la muerte.
Ramón Llanes.
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