INDOLENTES
Como ser humano individual cada cual posee su pasión, su entusiasmo, su fantasía y su modalidad de vehemencia; rastrea, se apropia, se subleva y se posiciona al lado de cualquier opción según le interese; con ello se garantiza la estabilidad emocional, la soberbia, el don posesivo, la altanería y los privilegios del cargo; es adicto el humano a poder pertenecer a grupos sociales en su determinada dinastía y como tal actúa y se compromete en acciones afines a sus credos o ideologías, se enfrasca en lo que le importa de su mundo y toma partido hasta sus más profundas trancas para defender o defenderse.
Y sucede que no siempre la unión hace la fuerza y el humano más transversal, el más rebelde, el lobo de la manada o el líder del grupo, en cuanto se ve imbuido en una formación social pierde su valor natural, se convierte en masa, baja escalones y desciende a la villanía más rancia hasta el punto de importarle menos que un caramelo un desahucio, una injusticia, una mentira e incluso una guerra. Y vista desde arriba, la sociedad de estos seres humanos poderosos es indolente, matemáticamente indolora, exenta de fibras emocionales y carente de un sistema pasional capaz de alterarle los esquemas; el individuo responde a los sístoles y diástoles con su propia energía, la sociedad no, el individuo llora, se amarga, sufre, la sociedad no; el ser humano como unilateral cae, se levanta, grita, vive, la sociedad no responde a esos códigos y es -muy a pesar de las organizaciones internacionales que lo impulsan- indolente; ¡cómo -si no- pudiera consentirse y explicarse la existencia, en este siglo de las luces, de 33 conflictos bélicos en el mundo!.
Ramón Llanes.
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