GALLINEROS
En algunos pueblos mineros de
nuestra amada geografía andevaleña el arquitecto diseñaba la casa con sus
pequeñeces y sus estilos coloniales al mismo tiempo que, justo enfrente, dibujaba
un gallinero como un anexo obligado por la exigencia de la costumbre; casa y
gallinero presidieron las calles con orgullo y fundamento; la casa para
habitarla, el gallinero para pocas gallinas -a veces ninguna- y para desahogo;
el cubo, el brasero, el picón, la badila, la tarima y tal vez algún cacharro
más tenían allí su hueco asignado, nada más cabía en tan mínimo cuchitril, nada
de lujos, que la puertecilla apenas llegaba a los 80 cms, la altura un poco más
y el espacio general interior lo suficiente como para no entrar de pie ni
permitir otros enseres que los descritos; pequeño y todo no era permitido que
la idea de vivir fuera cómoda sin el gallinero, era filosofía social instalada
en la estética y en el sentimiento, no se concebía de otra manera.
Aun se conservan gallineros para
estos usos que dieron antaño un aire singular y notorio objeto de tanta
originalidad como para ser estudiados por gentes venidas de otros lares, que
por aquí no gozaba de prestancia, solo de grata utilidad.
Ramón
Llanes. Tharsis 23.11.2024.
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