LA GUITARRA
Dos
veranos atrás promocioné clases de guitarra para niños en las tardes plácidas
del estío, llegando a ocuparse del aprendizaje Roberto, Mario, María y Dani,
quienes empezaron con tantas ganas como si tuvieran que aprenderlo todo en un
solo recreo. Las clases siempre estaban programadas antes del baño en la
piscina y eso les concedía un plus seductor para los niños, que a su hora,
comparecían a fin de cumplir las dos misiones. El progreso no era poco. María y
Roberto se consolidaron como los más interesados en las notas, Mario duró lo
que dura un verano y Dani tardó tres días en aburrirse. Ese fue el panorama en
el primer curso. Al verano siguiente solo María quedó en la clase y aprendió lo
suyo, los otros pasaban, iban, venían pero jamás ocuparon el banco de aprender.
Ayer
me llega un video donde Dani toca acompasadamente la guitarra, dejando caer
aquella coletilla de “abuelo va a flipar cuando me vea”, y así es como he
llegado a este momento donde escribo esta historia menuda para mis enumerados
recuerdos.
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