LA EUFORIA DE LA
DERROTA
Al siguiente instante de
finalizar el partido pocos recordarán quiénes marcaron los goles y cómo
lloraban los vencidos, pero siempre se tendrá constancia escrita y palpable del
impulso dado por el sistema general de la democracia para que de esta contienda
deportiva de importancia en nuestro país saliera beneficiado el fútbol, que
existiera seguridad total para los asistentes al estadio y control policial
para evitar desórdenes y disturbios que afectaran a la ciudad y a los
ciudadanos. Y ha quedado acreditada una conducta poco cívica -según las
noticias facilitadas por la prensa- por algunos seres que entendieron la final
de Copa del Rey como un momento adecuado para formar una guerra. Al corazón de
la democracia le duele y le afecta esta actitud de desmesura y mal
comportamiento y aunque solo se aireen los datos de las cuantías que dejaran
los aficionados en la hostelería el daño queda por mucho tiempo en el lugar
donde sucedió el delirio.
La filosofía del fútbol, el juego
del balón con sus desmarques, sus regates, sus goles y su vida dentro del campo
contribuyeron a evocar la dignidad de los protagonistas; hicieron un bello
espectáculo en el césped, las tácticas se enfrentaron con sus resortes
estudiados, las estrategias hicieron su función de elegancia y la victoria pudo
estar en los dos equipos sin importar mucho para la estética de este deporte
quién se llevara la Copa.
Pero la euforia de la derrota
imprimió a los vencidos de un trago falaz y de una sublevación insulsa y
malsana hasta desembocar en insultos y descalificaciones hacia el juez de la
contienda, sin admitir la grandeza de haber participado y sin aplaudir a los
ganadores. Está acuñada la frase de “hay que saber perder” pero es más
importante saber entender que para el bien del fútbol han de ser los propios
protagonistas -jugadores, técnicos, directivos, etc- los verdaderos tuteladores
de la pasión, el entusiasmo y la elegancia para seguir alcanzando cuotas más
altas de aceptación y de admiración. Aquello ocurrido después del acto no puede
tener acogida en sociedades que trabajan por avanzar en consolidación de tolerancia
y respeto. Pero ellos no me leerán.
Ramón
Llanes. 28.4.2025.
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