UN LUGAR EN EL ALMA
Hay lugares que vienen con la vida, nos llegan incrustados como un lunar o como el color de los ojos y no tenemos capacidad para decidir sobre su modificación y caminan con nosotros toda la largura de la existencia y nos acostumbramos como si fueran sangre nuestra. Todos tenemos un lugar en la tierra o varios, son sitios que se destacan en nuestra identidad y que la modelan, que le dan un sentido distinto al carácter y dotan al sentimiento de una alegoría definitoria; son los lugares que nos hacen felices al verlos y nos vuelven locos al tenerlos y tocarlos y amarlos, son los lugares del alma.
Todos los humanos hemos podido alcanzar la grandeza de poseer un lugar para nuestro patrimonio espiritual; no importa ser menos rico o más pobre, no importa la dimensión ni la linde ni el precio ni la altura ni la lejanía, la posesión ética de esta verdad implica una realidad no escrita porque alma arriba y corazón adentro nos consideramos propietarios de ese lugar elegido por nuestra actitud o quizá que el lugar nos eligiera a nosotros; a partir del primer paso, de firmar los papeles de la emoción, nos sentimos tan orgullosos del hallazgo que la propia razón nos permite decir “mi pueblo”. Nadie queda desposeído del entusiasmo que produce saber dónde tienes lo “tuyo” y que tus conocidos te sepan copartícipe y cómplice de todo cuanto sucede en los aledaños de tu alma.
Y a ese lugar misterioso seductor de tantas veleidades, vengo a referirme ahora que a escribir sobre estas cosas se me invita y con pálpitos de corazón emborrono esta cálida página de mis sensaciones como si estuviera hablando con mi madre.
Rllanes.
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