Con
Feria Jaldón de fondo
Escuché,
con buen presentimiento, hace pocos días, al pensador Feria Jaldón
a través de su última obra y me dió por mecerme en su genial
filosofía; con otros presentes mantuvimos larga conversación a modo
de debate, con la manga apoyada en el mostrador y el codo empinándose
a compás del deseo, llevando vino medicamentoso al paladar, cuatro
ejemplos de la utopía, compañeros en este viaje de la vida y
soñadores también de muchos mundos. Ese ilustre pensador había
puesto, apenas momentos antes, alfileres en las manos y nos alentó a
pronunciarnos sobre memoria, ocurrencia, muerte,ética...y
algunos otros conceptos perdidos más en el calendario que en el
tiempo. Feria lo tenía absolutamente claro, nosotros divagábamos
trozo a trozo; Feria lo escribió en todos los plumazos, nosotros ni
fuimos capaces de llegar a una conclusión.
Era
tarde de invierno, el viento norte estaba apaciguado por los altos
muros de la Universidad, el lado sur simulaba señales de luces
empezando a alumbrar, nosotros, arropados por la enseñanza anterior,
vivíamos en ese concierto de sonidos que emergen del interior de un
bar y ocultábamos los versos en el ala del sombrero que, a buen
gusto nos acompañó la tertulia.
Aquello
no huía de la enjundia, era tema de largo recorrido, como para tener
a Feria Jaldón con nosotros y preguntarle las miles de dudas que se
apretaban en cada pensamiento, así incluso aludimos a cómo hubiera
sido su manera de explicar la situación.
El
resultado no tardó en llegarnos al enjambre del improvisado ateneo.
Antes de meternos de lleno en la noche, hacia casa, después de
devorar apaciblemente ración y media de chocos fritos y media de
huevos de choco, el dueño del bar nos comunicó que cerraría las
puertas a poco de que, en marzo, cumpliera los sesenta y cinco;
nadie, ni siquiera familiares ni siquiera amigos, salvarían del
olvido tan querido lugar. Y se nos vino abajo la filosofía.
Ramón
Llanes.
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