MIS CULPAS
Ante tanto desastre, tanto agobio,
tanta pérdida del estado de bienestar, tanta afición a lo bélico, de la
sociedad en la que habito y me habita, me suspendo en una reflexión no
religiosa ni trascendental para ahondar en las posibles culpas que me salpican
por haber contribuido a fabricar este mal simulacro de mundo. Quiero saber si
se me asignan responsabilidades por la herencia que dejaré a quienes ahora
empiezan a nacer o son ya jóvenes valientes pregonando cambiar todo lo que se
mueve. Me asalta la desvergüenza al comprobar que soy un “mindungui” de tres al
cuarto, insignificante en la tarea del progreso y la evolución pero
“estadísticamente pringao” en todos los males que ha creado y alimentado este
suburbio de penalidades que es el escenario donde intento dignificarme.
Soy el culpable número cuatro mil
millones y pico de este fiasco de desorden y abaratamiento de valores; soy
aquel que fuera destinado a “figura” y se quedó en “fi”; soy,
desagradablemente, quien ha permanecido inmóvil ante hambres, guerras,
separatismos, corrupciones, terrorismos, y quien ha admitido en los almuerzos
del cotidiano menester noticias tenebrosas, sin la menor protesta, sin un
grito, sin una rebeldía; soy el prohombre insulso que este sistema necesitaba
para su consolidación.
Ahora que lo medito y tomo plena
conciencia de mi ineficacia y de mi tolerancia con lo incorrecto, debería
sufrir un ictus de culpa, caer de mi desdén, cerrar la espita de mis utopías y
volverme loco de vergüenza pero ¿ves? admito mis debilidades, cargo con mis
culpas, le añado promiscuidad sin denuedo, me trago mis principios y me voy
alegremente, volante en mano, a buscar un aire que me limpie esta suciedad que
se me ha quedado en el pensamiento por cometer la torpeza de reflexionar sobre
cuestiones tan delicadas.
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