LA NOCHE
Te diré que la noche no
tiene sitio,
son bodegas de sombras
los sótanos de la noche.
Humedales de rancios
vinos
que se mojan en platas
de las manos
cuando tientan sueños
antes de la noche.
Te diré que la noche
pertenece al
pensamiento,
a los ojos amargos del
pensamiento;
que la noche se hace
de pulgas malabaristas
y murciélagos
románticos,
que la noche soporta
placeres
e inventa cloacas.
Mujer, te diré,
que los himnos de la
noche
son silencios
hambrientos,
tullidos espermas que
perdieron su turno,
que la noche, mujer,
huele a razón,
a bohemia y a
curiosidades.
Que la noche, te diré,
es la última agonía de
la luz,
trompeta del vicio,
sollozo de doncellas
cautivas
en almenas de nata y
miedos;
más allá de la noche,
mujer,
no existen los pasos
perdidos, ni los harapos;
la noche es el mendigo,
el neón aprendiz de
blanco,
la noche aprendiza de
sombras.
Te diré que la noche no
tiene nombre de orquídea,
ni los pájaros que bebe
la noche
nacen del vientre de los
sapos,
la noche zarandea la
conciencia, mujer;
te diré, te diré
versos
matados por la noche,
palabras muertas en la
noche,
poetas borrachos en los
pies mojados de la noche
y un ladrón robándole
metáforas sin rima
a la noche descuidada.
Ha ganado, mujer, la
noche
tu hendidura de luz.
Vístela
de limpio con el perfume
hierba
horadado en tus nalgas
y ponle rimel de betún
y parecerá noche
disfrazada de ella,
misma ella, turbada de
lastre
en el espejo que se mira
y la rompe.
Ha ganado la
desesperanza de la noche
el premio de los búhos
sin risa,
con gabardinas blancas,
zapatos de hierro.
Y te diré
que se retira la noche
por el callejón de las
ratas
solo vencida por el
tiempo;
se fue, mujer, la noche,
te diré,
no le quedaba memoria
de oscuridad.
Ramón Llanes
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