PERDER EL TIEMPO
En un alarde de ufano antiguo
quise probar a perder el tiempo y me invadió de inmediato una destemplanza
vergonzosa que me hacía culpable inanimado de las paradas del mundo, todo lo
ligero se me vino con bulla al pensamiento queriendo impedir mi deseo; me hice
el sordo, el insensible y el loco y me enfrasqué en la pérdida de mi tiempo
sentándome a la oscura sombra de una pared enhiesta a contemplar los módulos de
unas aguas tranquilas que se movían sin motivo en la vigilia de la mañana;
permanecieron en blanco mis elucubraciones humanas hasta que en un rato sin
minutos se me quedaron dormidas las piernas y hube de despertarlas con un andar
pausado por la orilla meneando sin ritmo una penca de jara y mirando con
imperfección al suelo; seguí absorto en nada, libre de libertad y lleno de
silencios, no caí en la cuenta del sopor, de los pájaros ni del aire, no me
busqué en las piedras ni me hice examen de conciencia ni voluntad de rebelarme
contra la calma; no me imaginé cómo sería una tarde sin verso o un caballo sin
relincho, no supe buscar arañas, trepar al aromo cercano ni delimitarme en los
gustos; sé que me pareció de pronto el final de la experiencia creyendo que el
tiempo me llamaba para otros rituales y miré de reojo el reloj sintiéndome
satisfecho de haber desperdiciado toda la jornada en vagas contemplaciones
cuando observé que solo habían transcurrido 30 segundos y me enfadé conmigo por
no tener ni idea de cómo perder el tiempo.
Ramón
Llanes 9 noviembre 2021.
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