CIUDADANO DIEZ.
Desde casi el
principio de la democracia, -cuando conseguimos el derecho a elegir a nuestros
propios gobernantes-, ando metido en esa difícil reflexión de que los políticos
reflejan el nivel exacto de cada sociedad, que dan talla o desmerecen de
acuerdo con la procedencia o la genética social. No es exigencia lícita
pretender políticos diez en una sociedad de nivel seis, tampoco es lícito la
viceversa. A este hilo me aumenta en el usufructo del pensamiento la reflexión
cuando capto en noticias las manifestaciones ciudadanas en muchos foros,
pueblos, ciudades y medios en protesta por la escasa calidad de los políticos
que nos rigen, mostrada la incompetencia por las innumerables tramas
urbanísticas y chanchullos en que se encuentran implicados. El ciudadano se
queja de la alteración social que los dirigentes provocan y entienden que están
elegidos exactamente para lo contrario.
Me pregunto si
a nuestra sociedad le corresponde cuota más alta de excelencia en políticos y
si la actual se refleja desde la propia sociedad representada. Me asalta la
duda, en momentos me inclino por pensar que tenemos una sociedad limpia y en
otros me decepciono. Indico que aunque así fuera el representante debería ser
el elemento ejemplo y ejemplarizante de la misma.
Es aceptable y
lógico que la ciudadanía aspire -en ella y en políticos- a ciudadanos diez en
todas las partidas, es lógico que se exprese el descontento, que se requiera
una gestión exenta de corruptelas y aprovechamientos personales, que alguien ponga chinitas en los zapatos y
se alíe con la excelencia. No es así aún a nivel general pero llegará el
momento de las rebeldías de los consumidores, de los autónomos, de los
propietarios de vehículos, de los fumadores, de los desempleados, de los honestos
y de la parte más decente de la sociedad, llegará el momento de una
conspiración democrática para evitarlo.
Esto puede valer para un viernes
o una elección y también debe valer para todos los días.
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