LA FIDELIDAD DE LOS OBJETOS
La
relación del ser humano con los objetos llena de extrañeza su significado; nos
resultaría incómodo establecer con ellos una relación distanciada y fría con un
trato de posesión y otro de dependencia o con prepotencia y sumisión. Llegaron
a nuestras vidas, en la mayor de las ocasiones, en un acto consciente de
nuestra voluntad previo requerimiento expreso de nuestro deseo o como causa de
una contraprestación emotiva por razón de alguna efemérides o circunstancia
llamada a compensar la amistad o el amor con un objeto a modo de regalo. Una
vez en nuestro círculo de propiedad la vida del objeto discurre por una serie
de aconteceres de muy diverso gramaje sentimental quizá hasta constituir
auténtico fetiche o mito de imposible desafectación de nosotros mismos. Los
objetos -no todos- consiguen entrarnos de lleno y ser parte de nuestro carácter
e identidad, están en nuestro juego y en nuestras ocasiones, se muestran con
orgullo, se les otorgan privilegios de estancia, de mimo y de casi reverencia
íntima.
Esa
adquirida relación con los objetos se hace engranaje de cariño; el libro, el
disco, la guitarra, la sortija, la casa, todos son consanguíneos en la
convivencia y son tesoros que conservan el recuerdo de una determinada fecha o
momento, de una persona, de una ocasión, que produce desazón su pérdida y mucho
arraigo y complicidad tenerlos cerca del sentimiento. Se respeta a los objetos,
se les custodia con esmero y se aman los objetos con esa parte de ternura que
el alma dispone para ellos. Se hace fuerte y necesaria la relación persona
objeto, a veces hasta con conmiseración y excesivo denuedo y esta relación es
tratada como natural; se evidencia la posibilidad real de amar cosas sin ser
orgánicamente depravado.
Los
objetos, sin embargo, guardan, -por su especial posición de quietud-, una ética
(dicho sea como pura licencia literaria) de fidelidad indestructible. Me
contaron de la huida de una familia en tiempos de nuestro horrendo conflicto
bélico dejando todas las cosas y encendida la luz del salón, encontrándola
también encendida casi veinte años después cuando se produjo la vuelta. Los
objetos no tienen intención de cambiar de sitio ni de amo, no se mueven para
aparentar ni hacen oposiciones a otro trato mejor, nunca abandonan, nunca
desisten, permanecen siempre -quizá una eternidad- con su inerte atención a las
personas sin importarles la dependencia o el deber de sumisión; son objetos,
con toda su capacidad, sin sentimiento ni voluntad, distintos de los humanos
pero apetecidos por estos y nunca en viceversa. Es la grata sensación de
fidelidad que producen los objetos.
Verdadera.ente hay una íntima relación entre la persona y los objetos que posee. A veces relación de amor- odio
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