CON ROSAS DE
MIEL, LOS REZOS
Las rosas de miel no huelen a milagro ni a santurronería, ni a liturgias; las rosas de miel huelen a tierra y a campo, a poyos y a perolas, a bestias y a frituras; las rosas de miel huelen a Peña. Y Peña huele a milagro y a misterio, a liturgia y a devociones y también a herraduras y a balsitas y a cales nuevas y a primaveras. Peña huele a trigal y a pastoreo.
Así blonda un rezo la solícita Puebla que anega con olores de Peña todos los olores que en miles de “ peñas” se vienen a la memoria.Nadie dirá que le falta evocación para hacerse al olor de Peña y nadie dirá que le sobra tiempo que al tiempo ! cualquiera le echa un galgo!, que anda despavorido y escaso por estos andurriales en épocas de gabachas y mayordomías.
A veces el encuentro es una casualidad y el olvido costumbre de andancio, los silencios ni se oyen, la búsqueda se extiende a los doblados y se vive a merced de la prisa porque la consigna del deber ampara y supera las búsquedas y los olvidos si ha de tratarse de Peña. Aquí, unívoca advocación más divina que terrenal que engloba las ensoñaciones y los caminos, las peticiones del ciclo, las misas de los primeros domingos de mes, las comidas de los pobres, la casa de fondo, el pozo de la ermita, el olor a gleba mística y a padrón de hermanos que acudirán desde las sendas más lejanas para comer al pie de la Madre en aquella algodonía de peñascos donde se hace más fuerte el olor a tradición y a rosas con miel.
Y el rezo convierte el lugar en santería y los labios mastican peticiones de éxtasis poco después de las rosas amieladas que trajeran a casa “ de parte de los mayordomos”.Afuera corre un entretenimiento en ajetreos pero nunca la prisa vence a la tradición y las cosas irán bien hechas para cumplirla.Nada faltará en la jamuga, ni en el caballo, ni a los trajes; menesteres de ida y vuelta compondrán los ritos de primavera aprisionada a los toques de danzaores, a tamboril, a coplas de piedad, a súplicas, a lágrimas, a calle Serpa y a cadenas.
Antes de
llegar, recolección de los olores en los
lebrillos de barro, luego las rosas de miel, compuestas y dulzonas, y detrás el
sabor a rezos y los gustos a Peña.
Ramón Llanes.
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