LA TERNURA DEL PODER
Pensaba yo -iluso de mi- que la
posesión del poder ocasionaba en cualquier individuo un grado de sensualidad
imperativa que a poco se convertía en ternura; esa ternura por hacer el bien desde
la buena atalaya de un cargo o como responsable de una misión, la ternura de
favorecer a seres y cosas, la limpia ternura de ordenar los conceptos, las
normas y los derechos en pro de la civilización a la cual se debe el mandante,
la importante ternura de avanzar en igualdades, la imprescindible ternura que
genera la conciencia cuando a través de la acción y de la actitud se consigue
una mejor cuota de felicidad para los ciudadanos, la ternura de las ternuras de
jóvenes, niños y ancianos cuando el fruto de todo supone una sonrisa.
No estaba en lo cierto, me engañó
la vida a base de datos y programas y proyectos que fui acumulando en el camino
y que luego rumié con la soledad; me distrajeron las noticias, perdí el rumbo
de la verdad como perdí el paraguas o el sombrero, me vine a la comodidad de la
rebeldía para desprestigiar a quienes antes de alcanzar la cuota de poder
suficiente esgrimían una desmesurada necesidad de vencer al adversario, a la
ideología, a los galgos de la estepa o a la solidaridad que se pusiera delante;
se prepararon para vencer, nunca para alcanzar metas de entrega, de
integración, de derechos y de ternuras; y ahora son bichos vivientes que
inquietan y desalientan las posiciones ya ordenadas de los seres adscritos a la
convivencia y al deber de generar sueños y felicidades. Otra vez me engañó la
vida.
Ramón
Llanes. 12.6.2023.
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