DEFINICIÓN ÍNTIMA
Me
suelo levantar antes de las seis, hago mis ejercicios físicos, tomo un zumo de
naranja y me echo a la calle a correr los veinte kilómetros diarios de rigor;
un buen afeitado, una buena ducha, un opíparo desayuno de dos huevos fritos con
jamón y más zumo de naranja, componen esa primera parte del día que se cierra
con llegar al trabajo a las ocho menos cinco y dedicarle mínima atención a las
tareas encomendadas. Las doce dan para todos, no solo para el ángelus, y toca
tomarse el aperitivo que aguanta el hambre y sana las células más muertas, se
fermenta la otra mitad de la mañana hasta la una y media, hora de entretenerse
en “tomarse la tensión” en la bodega de siempre, volver al hogar con sentido
inverso al horario marcado, registrarse en los módulos gastronómicos y sentarse
sin ceremonia para degustar el esperado
almuerzo.
La
tarde -que tiene ese don inapreciable de la largura- da para dos horas de
piscina, una hora de gimnasio, unos kilómetros en la cinta, la ducha, el aseo,
la vuelta al aire, las tres horas de televisión para informarme y seguir
adquiriendo conocimientos, la cena y la almohada, hasta la jornada próxima. Es,
exactamente mi vida de todos los días, de todos los años, desde que puse en uso
mi razón.
-¡Uff,
dónde habré leído yo esto!.
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