EL VIAJE DE LOS NIÑOS.
La profesora de baile tiene
unos ojos verdes preciosos y un carácter afable y comprensivo; es de fuera, de
un pueblo de la costa, su padre no es marinero, sus dos hermanos también son
profesores. Hoy, en la clase, nos habló de ellos, nos intentó explicar las
cosas de su pueblo, nos hizo un croquis de su calle, nos pintó su casa, nos
entretuvo durante largo rato porque faltaron tres niñas y no pudimos realizar
el movimiento que habíamos ensayado la semana pasada, aún así, sonó la música,
nos colocamos y comenzamos a bailar como siempre. Yo tengo seis años y sé los
pasos del tango y de las sevillanas, mi compi también pero Rosa se pierde y se
cae algunas veces.
Dijo la profesora que
estábamos muy revoltosas y nos prometió, que haríamos un viaje a una ciudad de
Portugal y bailaríamos y nos lo pasaríamos bien. Entonces nos pusimos alegres y
saltamos y dimos la clase con otra emoción.
Mi madre no comprendió lo
del viaje y me hizo poco caso a pesar de tomárselo en serio, como me decía,
pero mi padre, aquella noche, me enseñó un mapa de Portugal y fuimos
recorriendo con el dedo todas las carreteras hasta llegar a cualquier ciudad.
Allí nos llevaron a un hotel, me tocó en la habitación con María y estuvimos
hablando casi toda la noche; cuando nos despertó la profesora dimos un brinco
enorme y con muchas ganas bajamos al comedor, desayunamos y nos fuimos a pasear
por aquella bonita ciudad portuguesa. Las gentes son iguales que nosotros pero
caminaban más a prisa, vimos una plaza con una torre muy vieja y una estatua de
un poeta que nació allí; el poeta tenía barba, unas gafas pequeñas y un libro
en la mano, de su nombre no me acuerdo. Almorzamos junto a la playa en un
restaurante llamado “Forcado” y todas las niñas reíamos y nos lo pasábamos de
rechupete; y luego al parque donde había flores, muchas flores, y monos y
palomas y caballos.
Nadie quiso que terminara el
día pero a las nueve era la actuación en el teatro “Pessoa” y nos preparamos
para bailar, y bailamos muy bien y nos aplaudieron cuatro veces y nos pidieron
que repitiéramos las sevillanas y luego nos regalaron bolsas de chuches y una
placa para el colegio.
Por la mañana con lágrimas y
tristes nos montamos en el autobús que nos traía a casa y ya no cantábamos en
el camino y hasta la señorita tenía los ojos perdidos y en silencio mirando por
la ventanilla.
Mi padre seguía dando
vueltas con mi dedo por el mapa de Portugal, explicándome lo que sabe de esa
tierra y deteniéndose algunos momentos para contarme su experiencia. Aquí una
foto, allí comimos, allá no encontrábamos el hotel…y un montón de vivencias, como
el decía, que me hicieron feliz.
Cuando entramos en clase, el
lunes siguiente, dieciocho de abril, la profesora nos dijo que lo del viaje no
era cierto, que solo intentó estimularnos para que bailáramos mejor y nos
tomáramos las clases con menos alboroto, quitándole importancia al comentario y
continuando el baile como si nada hubiera pasado muy a pesar del delirio roto a
mi amiga María que ya tenía las maletas preparadas.
Con toda la tristeza en los
ojos le conté a mi madre lo sucedido y sin hacer caso a la profesora le propuse
que siguiéramos con la ilusión completa como si al mes siguiente tuviéramos que
hacer el viaje a Portugal y así lo hicimos.
Ramón Llanes
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