SER INGENUO
Enlazando asuntos y atando cabos
para llegar a una conclusión razonable, hurgando en las bondades, moviendo
fichas de confianza en el sentido de las agujas del reloj, nunca simulando,
siempre empleando la candidez como norma no académica, mirando de frente las
cosas y el mundo, empleando la ingenuidad en la gran esfera convulsa del cosmos
expeditivo y agresor, parecerá un pronóstico ficticio de acción o parodia, que
ha cambiado la sustancia del ser o que se suceden alteraciones importantes en
la máquina de vivir.
Desde los observatorios no
formulados ni pretendidos los compañeros de viaje quedan apuntados en la lista
de los pícaros, que indiciariamente está asignada a la inteligencia; en el
anverso, cualquier dato que tienda a definir la actitud general en arenas de
candor, sencillez o credulidad, es costumbre viral el encuadre en personalidad
sencilla, torpe, soñadora o utópica, con la consiguiente bruteza de sustraerle
al individuo su renglón en el catálogo de los listos. Culpa el error más que a
las consecuencias a las actitudes y supuestamente el ingenuo se obliga a no
permanecer incauto o confiado so pena de desmerecer trato en el columpio de
este insano parque de atracciones.
Encontrar un perfil posicionado en
la pauta de la ingenuidad, excretor de malabarismos retorcidos y afinado en los
cortes de la limpieza, resulta poco menos que imposible y produce una extraña
sensación de chufla en los avatares del ruido que genera el trámite de
convivir. El observador no tira de estadísticas ni usa su catálogo de adjetivos
-unos amables, otros desagradables- para encajar a cada individuo en su lugar
exacto, el observador se limita a otorgarle posición ética, le dota de función
y le deja libre en la constancia para desde allí tender el alambre de salvación
al primero que descuide el pálpito; en alguna ocasión o en muchas, se rendirán
cuentas a la libertad, sin adjetivos ni calificaciones.
Ramón Llanes
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