Suerte
Decido cumplir con
mi costumbre de buscar la suerte -esa incómoda tentación del hombre que se
mueve por subterfugios desconocidos y que muy pocos, muy pocos la conocen-, me
engancho con el primer cuponero que se me cruza, le miro la cara en intento de
adivinarle la voluntad, (si le noto despeinado paso de largo), le requiero me
enseñe los números que lleva, le revuelvo las tiras como si supiera con
seguridad el premiado, le hablo del tiempo -para distraerlo y evitar que preste
atención a la venta (eso, dicen, produce una conexión extraña con los astros y
provoca una imantación especial que atrae un halo de fusión que suspende el
movimiento circular del espacio para engranarse en mi petición), le pido un
cupón cuya penúltima cifra sea un cero y preferiblemente acabe en ocho, le pago
el servicio y me esfumo, como un imbécil.
Ramón Llanes.
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