HACE DÍAS
Hace días que busco no sé qué foto
antigua guardada más en el recuerdo que en el álbum, donde me sostenía el estío
vestido de enamorado por los entresijos libres de un tiempo ajeno a casi todo
menos a libertad. En los primeros escarceos de aquellos amores que perdurarían
y en las opiniones permitidas, jugábamos a hombres en el contenido de los
debates y hablábamos, sin saber, de democracia y utopías.
Encontré muchas de las fotos
pretendidas y fijé más atención en las formas que en los contenidos. Deduje de ellas los hitos de felicidad que la
inercia de la juventud concedió; éramos un futuro en condiciones -por ponerle
un elemento de cierta vanidad- que se fraguaba fuera de derechos, desconociendo
los términos legales que podría imponer la lucha y éramos un manojo de griterío
que empezaba a no ser manejable. Éramos también el primer conato de rebeldía,
expresado en las formas de vestir, en el pelo largo y en las canciones; y
éramos muchos, suficientes como para enterarnos de qué iba el mundo e intentar
cambiarlo.
Las fotos de treinta años después,
también encontradas en la caja de zapatos donde siempre se guardaron, ofrecían
una simbología distinta. Aparecemos más en familia, menos con amigos; más
acomodados, casi adaptados al sistema, con la convicción de haber conseguido
logros importantes y sobre todo sin haber perdido esa culpa de idealización de
la que fuimos sospechosos y condenados por nuestra propia sociedad.
Las fotos escondidas ya en el ordenador
desde hace años hacía acá, ya no sustentan
los organigramas que fueron el fruto del trabajo joven para la posible
modificación del sistema, ahora los gestos que observamos en esas muy recientes
fotos desvelan impaciencia y desencanto, como para volver a constituir la
asamblea y volver a iniciar el cambio. Y no me avergüenzo de haber buscado las
dichosas fotos.
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