SEMBLANZA
DE UN RECUERDO
Imaginar
la voz de Lorca y los gestos de Miguel Hernández, para quizá
fortificar la idea de mito que ocupa la memoria. Emprender la
búsqueda de las facciones, de los enseres, de la manera de toser,
del color de las manos, de la magia natural de los personajes que
enriquecen la esculpida identidad que cada cual nos hemos forjado. El
pensamiento de Goya, la mirada de Juan Ramón, el andar de Neruda,
los esfuerzos de Borges para distinguir los colores, las
insatisfacciones de León Felipe, la cama donde muriera Espronceda,
el color de los ojos de Rosalía de Castro, el detalle desconocido de
quienes han participado en esta formación intelectual que nos tilda.
Es
un cúmulo de pequeños lagos que acucian de curiosidad el
pensamiento con tal de conocer el más mínimo renglón de vida de
seres admirados. Hasta dónde llegara Bécquer en su ansiedad
amorosa, el por qué del suicidio de algunos poetas, la causa de las
quimeras de Góngora, los motivos de la inspiración de Cervantes, la
forma de trabajar de Baudelaire, si se cansó muchas veces Miguel
Ángel o si Lope de Vega odiaba a Quevedo.
Muchas,
infinidad de sorpresas se han quedado escondidas en la historia de
los grandes que nunca nos llegarán a nuestro conocimiento para
esbozar esa sonrisa de agrado que viste nuestra cara cuando nos
creemos cómplices de secretos que a nadie llegaron y que son líneas
marcadas por nuestro propio interés con el único afán de aumentar
la admiración.
En
ocasiones nos creamos la semblanza, en ocasiones la intuimos pero
siempre atentamos contra lo olvidado, porque la formación del saber
-pensamos- depende de cuantos entresijos íntimos y casi sin
importancia definieron a los personajes a quienes tenemos en el puro
afecto o pleitesía.
RAMÓN
LLANES 17.8.2013. Publicado en digitalextremadura.com
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