UNA
TARDE, UN CAFÉ, UN LIBRO.
Para
contar las conspiraciones extrañas del verano, todo el tiempo en
pantalón corto, con las ideas a medio derretir, el olor del gazpacho
en los labios y la áspera somnolencia en la crecida de los ojos;
luego del café, la tarde quieta enseñando horizontes rojizos, el
sosiego apretado a las manos intentando detenerlo de golpes y huidas,
luego del café, un trozo de vida más en un libro más que se
estrena o en un verso más que se dibuja.
El
soliloquio como lenguaje íntimo con el espacio y las bruces de tu
verdad enredándose con el panorama del noticiario; nunca llegan tus
números al comodín que te espera y las ensaladas tienen ese sabor a
tomate que enloquecen las ganas de empezar; el tiempo se te hace
ascuas, la felicidad ni la nombras y los pasos son mínimos.
Llegará
la hora del recuento, versificado de momentos inútiles que han
quedado desapercibidos en el entorno del día, las zapatillas cómodas
que te soportan el andar, el abrazo a quien viniera a verte, la
visita de las moscas, -indomables y pesadas-, el calendario que se te
va como si aquello de vivir fuera un remedio o terapia para el
entretenimiento; en fin, la sensación de entrevistarte con el
universo sin enredos en la travesía.
Quedará
un resquicio de nostalgia, apenas perceptible, una suspicacia en la
conciencia y tal vez un resquemor en el alma por la duda sobre si
algo de la tarde, el café o el libro no quedara finalizado como
preveían los esquemas. Poco, acaso, comparado con la satisfacción
recibida.
RAMÓN
LLANES. 15.8.2013. Publicado en huelvabuenasnoticias.com
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