AYER.
Ayer no fue
como siempre, que la mañana le puso al tiempo anorak rojo y semi niebla, no fue
como siempre. Te pareció un encanto el paseo por las estrías olvidadas de la
soledad y pisar tierra agradecida y soñar que todo aquello fuera consuelo y parte
de la vida en otra generación. Y visionaste el tropel de las gentes que bajaban
y subían por los roquedos y oíste el murmullo que antaño dejaran las voces en
el aire libre. Allí estábamos, jugando y comenzando el amor que jamás podíamos
esperar. Allí empezó todo, siglos atrás, antes de nuestra primera luz, antes
que la nada, siempre, el amor consabido de lo cotidiano, ese de ayudar a
respirar, al desayuno, a las caricias sin tiempo; ese amor del humor en tardes
de nubes caídas, ese amor de nosotros.
Ayer,
entonces, cuando el silencio limpió la tolva, pusimos cara de recuerdos, nos
metimos en el paisaje, trenzamos las sonrisas, anduvimos por el deseo hasta
llegar a estar juntos sin estarlo, hasta que la voz -siquiera voz o canto de un
pájaro pasajero- nos sacara del recuerdo y nos devolviera al sitio letal, allí
nacimos.
Ayer
llevabas el orgullo en las manos y una rama de jara en las manos y un canasto
de satisfacción en las manos y llevabas una mano en tus manos y caminabas sin
meta con la seguridad de todas las esperanzas a tu alcance, como si tú le
llevaras esperanzas al paisaje. Ibas completa de razones para repartir, el
sentimiento te había otorgado buenos momentos, el sentimiento era un aliado de
paseo y corazón, por el sendero inverosímil que ayer pisaste sin entender que
todo el universo te observara. Solo yo era el universo, planeta escondido con
aguijón de luces, presagios y declaraciones; yo era, ayer, quien hiciera
contigo la mañana menos gris y quien, contigo, diera riendas abiertas a los
mejores recuerdos y al futuro.
Ayer, no
fue como siempre, estuvimos juntos toda la eternidad que dura una mirada.
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