DESDE
EL ALTO “EL BUGO”
En
los amaneceres están las sombras vistiendo las casas, el sol va
disimulando su presencia y solo en la lejanía se ven los claros que
empiezan a pronosticar un día generoso. Los instantes son espejillos
que se asustan de la velocidad de las luces, sigue amaneciendo con la
prontitud de los días, se huelen las leñas, se oyen los pájaros y
empieza la vida a ser vida y las calles van tomando un color de
naranja y los pasos se sienten en las paredes y se cimbrea la ropa
con el primer hilillo de viento.
Cuando
la luz alcanza su corona alta, han desaparecido las sombras largas y
ahora son tímidas y dadas a esconderse; los calores aprietan los
remos, los animales se socorren de los agobios, la plaza se vacía y
el silencio se acaba intencionadamente. Es otra vida, la iglesia en
la prominencia del paisaje, la calle Larga hacia abajo, la Serpa
endiosada en su mundo de ajetreo y la Cebadilla recibiendo
transeúntes. La inquietud se palpa en los niños y la complejidad de
los ratos que componen abril se suman de deseos, generan
complicidades con potros y solo hay un pensamiento unívoco y una
única conversación que impone el tiempo: el gabacho, la gabacha,
las mulas, la jamuga, los nervios, la Hermandad, la caballería, las
devociones, las lágrimas; de todo eso se compone el festín de La
Puebla.
Alguien
se ha parado en el zaguán, -arriba-, en la entrada de esta
ceremonia; se ha quedado absorto contemplando una especial manera de
vivir, a compás de los ritos de siempre, con la misma liturgia, con
idéntico credo; y lo hace desde siglos y se embelesa y se cambia
las nostalgias y vuelve a marcharse, hasta la próxima primavera.
Desde el alto “El Bugo”, ese alguien contempla la vida y la
vive, se inyecta cánticos, se emborracha, suda complacencia y se
pierde por los campos, sin una pizca de olvido.
Ramón
Llanes. 28.2.2014.
Publicado en abril/14 en la Revista "LA BALSITA".
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