MUDANZA.
Levanté
la semana con ganas de hacer algo inmenso que pusiera la dosis
necesaria de delirio a los actos para que fueren respetados y
produjeran el entusiasmo de los buenos momentos, dediqué los
primeros días, léase lunes o martes, a meditar las grandezas que se
listan en el protocolo de vivir que tuvieran capacidad de cumplir el
perfil trazado. Acaso escribir un libro, acaso ponerme a las puertas
de un organismo cualquiera a ofrecer mi huelga de hambre por un bien
común (para que apareciera la chica perdida en Sevilla), acaso
pintar con letras en rojo muchas paredes de Huelva y que me
detuvieran más por buen pintor que por asqueroso, acaso repartir
billetes de 500 euros por los barrios más necesitados, acaso ser
mendigo, payaso, artista, poeta o afilador. Todo con tal de ponerle
un aire distinto a una semana cualquiera, que solo se destacó por
fútbol, frío, viento y cuesta arriba.
No sé,
acaso cambiarme de peinado (que sería imposible), o cambiar la
sonrisa por otra más cariñosa. Eso, algo inmenso, algo delirante.
Ramón
Llanes.
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