Hablando solo
Se ha estirado tanto el "informatismo" que casi hasta para hablar solo es
obligado indicar la contraseña, índice inequívoco de la esclavitud a la tec-
nología obligada y consecuencia de una dependencia atroz a este tipo de
apetecibles formas de comunicarnos. Pretendía meterme en el cajón de los
ritos para saber cómo ponerle acierto en recibir amigos en casa, ofrecerles lo
mejor del hogar, del calor, del trato y que se sintieran de la mejor manera posi-
ble, que tuvieran la libertad para bostezar a gusto, probar la lírica de nuestra
convivencia y ponerle un encanto fresco y distinto a las creencias nuestras,
eso pretendía.
El sol de la calle me hizo un hueco que mi sombra acarició un instante y
la cabeza siguió moviendo fichas de la mesa: los cubiertos en su lado, las
servilletas nuevas, un vino escogido, el paisaje desde el balcón; dándole
vueltas y hablando conmigo de la incidencia de estos amigos en la armonía
nuestra, de cómo hemos mantenido una amistad durante muchos años sin
apenas proporcionarles un desatino, de cómo hemos quemado juntos etapas
preciosas y nos hemos transmitido el afecto en cada ocasión. Hablaba durante
la soledad de la tarde, de frente a la suculencia de un año recién estrenado, con
las manos en los bolsillos y el corazón atento a atender para que nada pudiera
olvidarse en esta prodigiosa liturgia de recibir en casa a buenos amigos.
Ni apenas los ruidos se metían a distraer el pensamiento que hurgaba apa-
sionado en los pormenores del encuentro y desembalaba conversaciones
como un niño busca detrás del papel su regalo de reyes. Tanto énfasis pusiera
el subconsciente que la longitud entre el deseo y la realidad se perdió paso a
paso en la avenida de las flores y ocultó en la mente la causa preparada hasta
morderla con un gancho de olvido y perder la orientación y el destino en un
opaco despiste de la grieta del intelecto solo sostenida por el sentimiento del
agrado. Entonces hablaba de otras cosas triviales en nula relación con con el
contexto esencial de la pretensión primera. Habían pasado los árboles que
señalizaban la entrada a la vida pensada y con la extrañeza del paisaje com-
prendí la pérdida de órbita aunque no el porqué de la misma. Volviendo atrás
recuperé la misión de la llegada de los amigos, con toda naturalidad y me
sentí bien.
Ramón Llanes. (EL CAJÓN DEL SASTRE)
8 Enero 2015
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