HISTORIA DE ORTEGA
Hizo lo posible por enmendar su plana en un impulso viril después
de una cuarentena de años pensativo como la estatua del silencio y se
erigió en portavoz de sus propios anhelos, en una mañana hortera, cuando la calle era un hervidero de ausencias y el viento huía como escapado de sus garras. Corto y perezoso se añadió a una manifestación en
contra del trabajo y volcó su inercia de sueño en su callada actitud de
miedo, otra vez, una vez más, en su desorden de cuajo y flema y volvió
al catre cansado del trote. Ortega quiso ser bailarín de una corte, bufón
en un tanatorio y músico de campanario pero ninguna de las profesiones
le engrasaron con suficiencia su ansiedad. Ortega quiso tener un barco
en su bañera, un tren en su mesa y un cortijo en su alcoba pero ninguna
de tales pertenencias saciaban su causalidad de existir. Su mundo era
demasiado grande para tan pequeños útiles.
El ser y el tener se difuminaban por su notable pensamiento neolib-eral, semillero de sus duelos de niñez con el mismísimo futuro, y conspiraban un sinfín de neutrones despistados en su preclara mente hasta
conseguirle la falacia de sobrevivir de su cuento.
Desde hace una eternidad se sabe de Ortega lo mínimo. Pudo haber
escrito sobre la inadecuación de posesiones materiales o de la felicidad
que otorga el asentamiento filosófico en el "ser", o pudo escribir del
desarrollo del ser humano a través de los apoyos constantes en la colectividad e incluso pudo haber escrito un tratado de cómo vivir sin
desacomodarse, -sin dar golpe-, pero prefirió la inacción. Su alergia al
trasiego de un campo magnético a otro, -léase de la cama a la mesa-, le
insulta en exceso su dignidad como hombre y permanece en el sillón de
la espera soñando un mundo mejor para sus características, hecho por
otros.
Ramón Llanes. (EL CAJÓN DEL SASTRE)
13 Octubre 2014
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