DE QUIEN HABLAMOS AYER.
El apunte de curas rojos disloca el conventillo, no son tiempos
–pensarán- de vindicar libertades, aliviar hambrunas, acoger hetairas o
recuperar lupanares para otro culto, ni tiempos para divinizar rosquillas,
impartir liturgias con vaqueros y convertir a drogatas. No son tiempos, desde
que las cúpulas abolieran la esclavitud al régimen de los muros - cuando no
todo fuera muro pero visto en óptica moral lo pareciera -; se desvanecieron los
tiempos de las cacerolas, los acercamientos, la calidad de la ética, la misión
de enseñar y acoger, los compromisos con el ideario cristiano; se fueron-
seguirán pensando- los tiempos de agitación de conciencias, que ahora hiberna
la comodidad, el confort, para seguir conservando lo puro como lo entiende la
santa madre.
Así, de quien hablamos ayer a estas horas, curillas rojos agarrados a
la tierra y al alma de cada pobreza, han sido noticia por extraños. Y llevan
partiéndose la vida en mil pedazos, sin sotanas, para remediar mendigos y hacer
clave de existencia en la poca felicidad que se puede apañar en una calle rota
o en unos ojos dormidos de tanto balazo, solo con miedo en los bolsillos y
acaso agujeros, remendados de terror y desprovistos del futuro más cercano.
No haciendo apología, enseñanza, mensaje o moraleja, me conmueve que
salten a este circo de displicentes causas como esta.
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