UNA LLAMADA, UN RECUERDO
La espera tiene esa virtud de constancia que anima la soledad hasta nutrirla de sensaciones; ayer esperaba, mañana esperará, con la docilidad del pensamiento en cada mimbre de estancia, luego el devaneo con la sorpresa, la suntuosidad del regalo. Todo se convierte en prenda de apego, la delicadeza mima las razones y la querencia a lo nuestro deja viva la estampa del deseo.
Una llamada esperada apuntalando un hermoso recuerdo, la rapidez en la capacidad real de lo tan esperado hasta convertirlo en fragancia para la supervivencia. El recuerdo en la estima de esa verdad que consolida el cómodo compromiso con la realidad, hay pendientes que dejan de serlo y futuros que se enrolan en una pausa de lógica. Ya están en el fragor del tiempo las cosas puestas para las faltas, las coberturas y las listas. Nada sobrará en la faldriquera o acaso un hueco mínimo para un sentimiento de última hora.
Así se estibará el sondeo de felicidades pretendidas por la contundencia de una llamada a las cuitas de lo agradable y con la creencia en la fortaleza de los recuerdos, un todo impersonal que se funde en gracia y a veces en gloria de humanos de a pie que circundan hiperverdades con las mismas ganas que sube una estrella a otro firmamento. Sobran motivos para esperar desenlaces colgados en los recuerdos como sobran estímulos para libar con los ojos de la inconsciencia cualquier júbilo que se adelante. Llamada y recuerdo, un algo efímero que se repite en el largo cauce de nuestro tiempo.
Ramón Llanes.
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