BRINDIS LITERARIO
(Burros Verdes. Moguer 30 octubre 2021).
Buenas noches. Sea húmeda la palabra, útil el pensamiento, libre la voluntad
y sean los poetas del mundo los salvadores de las distancias y los amaneceres.
Sean los libros parte del equipaje o el equipaje completo y sean hoy Verdes los
solsticios que en Moguer pongan arenilla en los ojos y alfileres de seda en las
páginas de la vida.
Dicen los niños que los
libros
son sombras de dioses y
se duermen
pensándolas, que las
madres son libros abiertos,
que los libros saben
amar,
dicen los niños que se
han perdido
en la oculta emoción de
un libro.
Y antes de que los niños y los libros sigan soñando habrá que ponerles al
tanto de nuestras celebraciones, que sepan que respiramos y que nos movemos
para evitar la desidia, ellos deben conocer el por qué de nuestras cosas, de
que a pesar del cambio climático, de las voces altaneras, de los murmullos y
del cambio de hora, los verdes del pueblo continuamos llorando y riendo en la
búsqueda de los libros de ética, de poesía y de aventuras, que lo sepan ellos,
que nos buscan para abrazarnos y nos desean lo mejor.
Y antes del inicio del curso han de saber las
mujeres del mercado que existen en los versos y son versos que se meten en los
canastos, que las mujeres son versos inquietos que libran ternuras y que muchos
hombres brindan en cada instante por los libros.
Conversos libros,
serios, comprendidos,
exigentes,
promiscuos, lindos,
extraños hombres
entre grandes libros,
historias en letras,
los libros siempre se
abren
por la página de la vida
de cada cual.
Y han de saber las paredes, las enredaderas y
los viñedos que hoy no se cierra un sueño, se abre una página, porque el futuro
tiene sangre nueva, pasión en uso y agallas crónicas
en sus rebeldías; que seguirán los pozos con
su agua y los rapsodas con sus versos, que continuará el ensanche hasta la demolición
de las maldiciones y las felonías. Han de saber los equinoccios que en las
sombras luneras, a horas de templanza, llegaron.
Vinieron los burros,
se tragaron los libros,
verso a verso,
fueron las páginas el
hambre,
confundieron con carne
las metáforas,
se comieron las hojas en
cuadrículas,
los índices como postre,
acabaron el festín
rebuznando con orgullo en
todas las farolas.
Y entonces abrió el lector la primera inmortalidad del poeta,
el verso inmortal que acechaba los gremios escondidos de la memoria, abrió el
lector la página sensorial de la vida formada por búsquedas y encuentros ante
la dolencia de ambas; las letras del poema tienen esa acepción íntima que se
escribe con más parte de alma que de pluma y se sostiene en el reto más inmenso
de saber entenderse con la tristeza. Y vio el lector el paisaje anclado en la
querencia, la madre como primigenia razón, los juegos que valieron un tiempo de
historias para poder contarlas al hilo de una corpulencia de pensamientos. Todo
se ha hecho más grande al pintarlo en el blanco y vestirlo de verso, todo
aquello que durmiera significa ahora la fracción más golosa del libro. Abrió el
poeta su ductilidad, su armonía, todo su canapé de emociones para asentarlos en
su horizonte de sueños.
En la
generosidad de estos versos leyó el lector las manos del poeta, los ojos tan
abiertos del poeta, la soledad tan asomada del poeta; el renglón multilateral de un poema único que
se descifra a través de los rasgos que caracterizan sus creencias en la libre
disposición de su vida trasladada desde la génesis a la soberbia, a la osadía,
a los pasos utópicos o desde aquella deleitosa amalgama de raíces que forjaran
su propia solemnidad. Se fue haciendo
poeta en el poema, metáfora en el verso, comprendido en los atardeceres; fue el
poeta quien vino fuerte para solventar las dudas, el mismo poeta –con arrojo y coraje- el
precursor de sus lances líricos para devolver a la gratitud su admirada
bonhomía.
Están contados
todos los versos en una lista útil para ser sabidos. Ha germinado esa facultad
sana de escribir para uno mismo con la seguridad de saber relacionarse con la multitud o con una parte aliada del
mundo que le ocupa. Al leerle los silencios se le entienden los márgenes o
dígase que todo son crepúsculos que vienen a hacerse en la prontitud de una
tarde que nunca sabe comenzar. Y fue para el lector una algarabía de
sensaciones distintas y nuevas perfilarse como buceador de las insinuaciones y
premuras que el poemario había sugerido en su clase de melancolías.
Te propongo un
lugar y tú me asignas unas palabras, organizamos un encuentro para vernos con
otros rebeldes, caminamos con la prisa en los ojos y la calma en la razón, nos
invitamos, habitamos la casa del mundo, la nuestra, hecha con vigas que son
papel sin hacerse, escribimos en el techo, miramos las rendijas, partimos el
pan y repartimos las migajas, avisamos a los pájaros, a los burros y a los
chuchos perdidos, desistimos de ponerle nombre a las calles y brillo a los
espejos, nos dedicamos a buscar libros en las cornisas, en los doblados y
registramos toda las habitaciones.
Solo había libros en la
casa,
el zaguán encuadernado
con ribetes
de purpurina imitando
lomos de oro,
el salón un inmenso
libro blanco,
los otros libros
conducían a las estancias de arriba,
un libro era una alcoba
de amor cerrado,
los baños eran húmedos
libros
con señas de perfumes.
La cocina olía a libros
recién hechos,
hasta que entraron los
hombres
y robaron los relojes,
se llevaron las
cortinas, los estantes,
las mesas e incluso las
hormigas,
dejaron intactos todos
los libros
deshonrando a la
inteligencia.
Y se hizo un vacío
incomprensible. Habrá que llenarlo de nuevo con los alimentos y las pócimas
ardientes para los visitantes a nuestra casa, habrá que pensar. Se nos ocurrió
evocar a Góngora, a Cervantes, a Neruda, a Gabriela Mistral y a Juan Ramón y se
asomaron al postigo de la casa que habíamos diseñado en el Moguer más cálido;
se sentaron con nosotros y el resultado es el ahora que compartimos y nos colma
de emoción y alegoría al bienestar. Se nos llenó el patio de caras conocidas
que amaban las letras y querían estar con nuestros evocados personajes, hasta
miles contamos; recuerdo que llegaron con vino Almanza, Cristóbal, Alfaro,
Ropero, Guzmán, Drago, Zenobia, Orihuela, Guevara, Aquino, Inés; trajeron
castañas Muñiz, Mario, Garzón, Felisa, Joaquín, Carmen, Vargas; con chacinas,
Luna, Casto, Javier, Hipólito, Tristancho, Moya; con oro en las manos vinieron
Wilkins, Durán, Mayorga, Simón, Toti, Isabel, Llanes, Almeida, Alfonso,
Rosario, Izquierdo, Vanesa; sabor a marisma en la emoción traían Cózar, Alfonsa
y Villa; del Portugal amado se apuntaron, Clara, Cabrita, Áurea, Estevao; Los
enamorados Elizabet y Arellano, Bardallo, Gaby, Medel, Andivia, dejaron Sevilla por unos momentos; de la mar,
Manuela, Eladio, Azaustre, Clemen, Saldaña, Rúa, Thassio, Luis; de Huelva,
Lara, Ávila, Pedrós, Adelaida, Cáliz, Pazos, Loli, Veiga, Deacracia, Jackie,
Leblic, Zaíño, Romero, Emilio, Cristi, Esther, Raúl, Bellido, Coronado, melocotones trajo Pepa. De
todos rincones aparecieron libros con poetas en el alma, Marialuisa, Mairena, Piquero y
comenzaron a reír en verso, a columpiarse con octosílabos y a cantar en sonetos
con música del Capelo más tierno, de Matumena, de Llanes, de Alonso, Alabarrán,
Bárbara, se agitó más el fuego y el
tiempo quedó hechizado con un apóstrofe en el semblante. Se acomodaron los editores,
Versátiles, Niebla, Pábilo, Apuleyo, Alud, El Libro Feroz y para que nada
faltara La taberna del Libro puso su credencial de acogimiento. Y aquello
pareció un AHORA en Moguer con olor a crisantemos y endecasílabos soñados en
homenaje a la vida y el poeta brindó por los suyos en plena conciencia de
lírica y libertad.
Y antes de cerrarse el
lluvioso día Miguela recitó el último poema:
Las flores del jardín
son libros sembrados
que se nutren de la
tierra,
gustan de ser olidos,
acariciados,
es la primavera quien nace
las hojas,
es el otoño quien las
cierra,
es la vida quien las
escribe.
Y de pronto estaba rebosando el lugar de tanta presencia, de tanto entusiasmo,
como un bulevar en un paraíso con amor y sombras y versos y dignidades.
Ramón Llanes
Moguer 30 Octubre 2021.
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