MIS
JUEVES CON TERESA
Fue
a la hora de los lánguidos deseos cuando nos presentamos cubiertos
de esperanzas para iniciar el diario que nos habíamos prometido.
Ella contaría, yo escribiría con rigor sus venganzas y sus
victorias. Todos los jueves; lápiz, cuaderno y la tarde de todos los
jueves, así habría de ser por exigencias del guión pactado.
Mi
teoría de la libertad no consentía confesiones, yo no quería ser
confesor de Teresa, tampoco admitiría que me utilizara para sus
desviaciones terapéuticas, tampoco para trazar líneas abstractas en
el cielo colmado de estrellas. La misión quedó dibujada en nuestra
primera conversación: “si te gusta escribir, escribe de mí, los
jueves por la tarde”, y hasta hoy jueves, veintitantos de octubre,
primera vez.
Yo
no sé de qué ansían hablar las mujeres de cuarenta años en una
tarde de jueves, en un paseo lunar por cualquier orilla de cualquier
playa, no lo sé. Ignoro qué especial angustia enloquece a una mujer
hermosa para buscar un silencioso escritor para que escriba sus
credos, sus pasiones y sus mentiras. Teresa llegó con una
esplendorosa mirada de infinitos y un chal rojo; el pelo suelto y aún
más suelta la voz.
Estuvimos
treinta y dos jueves llenando páginas y actualizando recuerdos. A
veces me pareció loca, otras veces la creí diosa, las más de las
veces me contaba una historia incierta, que inventaba para el diario
o para ella misma. Teresa hablaba en el mar, no atendía la
insinuación de las olas ni las mías, se refugiaba en su palabra,
que era su único misterio. Pasé momentos de mucho placer y
emociones oyendo de Teresa cómo engrandeció su vida y cómo nunca
sucumbió al desánimo.
En
la última página del cuaderno conservo una relación de mis
aprendizajes con Teresa; ella desapareció de esta “imaginería de
santificados mártires y dolorosos sinverguenzas” -era su frase-
una tarde de jueves después de la sesión ordinaria de nuestra
entrevista.
A Teresa la he buscado desde entonces en los andenes, en las
soledades, en los miedos, en las insatisfacciones y hasta en el aire.
Teresa dejó de existir en aquella noche de sonrisas, acaso fuera un
fantasma creado por mi retorcida mente como excusa para escribir “un
diario de nadie”.
RAMÓN
LLANES. 2.6.2013. publicado en digitalextremadura.com
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