ERA DE ESPERAR.
Tembloroso ha llegado el verano, con
la magia puesta, con alambiques y primores. Ha llegado, como era de esperar, la
pausa en la trastienda del menester diario, ha llegado un consuelo caluroso a
tanto desvarío. Ponerse al cimbreo de la tarde, oyendo los gemidos del tiempo,
es placer que se acumula más en la mente que en la espera, y cuando se alcanza
la virtuosidad del momento, cuando las nanas para no dormirse se expanden entre
los silencios y cuando se mira más que nunca a las estrellas, a veces surge la
duda entre la bondad del trabajo y la inutilidad del pensamiento o viceversa.
Acaso sea de esperar cualquier opción pero es imprescindible que el verano
inspire la suerte para contenerla, apreciarla y vivirla.
Es largo el trecho, quedan muchos
días por delante, muchas noches intactas
para vivirlas. Es posible que quede casi una eternidad con un mundo de pasiones
convertibles en experiencias que dotarán a las vidas de tensores capaces de
solventar los porrazos de la supervivencia pasada. Y a ese largo horizonte de
credos y miradas, el escritor de hoy inyecta el hálito de complicidad ya
conseguido en las travesías conjuntas, en los barcos y mareas de otros veranos.
Para conspirar a favor del sentimiento.
Ramón Llanes.
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