NO TODO
CAMBIA
Esta fugaz
pertenencia a la vida nos aporta, a veces, míseros compromisos. Tenemos
ensayada nuestra manera de correr, nuestras formas de comportarnos y nuestros
usos son del conocimiento general de cuantos
nos rodean. Cuando de hacer política se trata viene siendo habitual que
no importe la fórmula de personalidad que hemos empleado en nuestro anterior
devenir, porque hacer política parece se presta a cualquier modificación de la
personalidad sin que sea alterado el concepto que de nosotros tienen nuestros
semejantes.
Al cabo de la calle
un político de barrio se convierte en un candidato a no sé qué dirección
general de no sé qué ministerio (él tampoco lo sabrá, jamás; acabará su
mandato, si llega, sin enterarse de dónde estuvo y qué hizo, solo recordará con
plena nitidez el aumento del patrimonio), y comienza a engolarse poco a poco
hasta el punto de convertirse en un individuo tan distinto del anterior que ni
en los círculos más cercanos le reconocen. Es así, miren a todos los lados que
quieran y observarán que es así, desafortunadamente así.
Esta circunstancia
de cambio no se produce en el resto de los seres que componemos esta selva; los
hombres no cambian, mantienen su perfil y su personalidad así caigan rayos,
truenos o vendavales. El cambio sustancial de ser dependiendo de su posición
social está calificado como pérdida de la dignidad. Quizá a nuestros mayores
les sorprenderá más este tipo de actitudes, siempre conducentes a desequilibrar
los valores de la ética, causa de indeterminado número de problemas y norma no
aceptada por la sociedad con la dosis de reproche que conlleva.
No seremos quienes
pongamos acentos en conductas o moralidades para aquellos que no cumplan estas
reglas de convivencia, pero que quede dicho, ahora que se nos permite
reflexionar sobre ello.
Ramón Llanes.
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