OTRO PELDAÑO.
El tiempo
suele ser el compañero inevitable de todas las consecuencias agradables o
desagradables que nos depara la vida. Y es también el tiempo el detonante de
los acontecimientos, el impulsor, el testigo, el mediador o el detector, de esos
sucesos que nos acaecen y que van haciendo que seamos de una u otra manera. Y
esto lo sabemos cuando empezamos a conocer al tiempo y no antes.
Ese
mismo tiempo nos pone paulatinamente los peldaños de nuestra existencia, unos
más altos, unos más débiles, unos más torcidos, unos más lógicos, unos más
trágicos, hasta componer la totalidad de los que forman la escalera. Sin saber,
siquiera por asomo, los peldaños justos que tenemos asignados o los que
realmente tiene nuestra escalera. A nosotros nos toca vivir, el resto es
competencia de la vida, ella se vale sola para dividir, designar, comprobar o
torcer cualquiera de las opciones que tiene metidas en su caja de sorpresa.
Ya de
por sí la vida es una sorpresa y mucho más la subida de cada uno de los peldaños
que día a día tenemos delante para intentar escalar. Somos pues, escaladores de
oficio, alternando con los grados de parsimonia, valentía, desaliento o
felicidad que esa tarea nos depara.
Vivir
es un deleite, tener la vida es una asignación natural biológicamente perfecta,
disfrutar de esa existencia puede constituir una meta imposible o un camino de
azúcar; está en nuestra actitud ser carne de una o de otra alternativa.
Desde
la vida, un peldaño es una ilusión o un peldaño es una carga; desde nosotros,
si nos enfrascamos en esa aventura por designio natural, el peldaño tiene que
ser necesariamente una inquietud ilusionante; de lo contrario mal nos
perdonarán las horas.
Ramón Llanes.
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