CLIENTES
En
nuestra calidad de clientes somos el punto de mira de cuestionables bombardeos
cotidianos que frustran nuestra concentración en los deberes o en el reposo y
soportamos la palabrería intentando conservar la compostura con cierto decoro educacional
asumiendo a veces los riesgos del agobio por tanta persecución; nos creemos
solos en el mundo en ese momento, como si a nadie más importara el producto a
ofrecer, nos sentimos incapaces de eludir la batalla dialéctica y caemos
frágiles en la trampa de la compra, ofrecida con una ininteligible retórica
contra la cual no poseemos respuestas útiles.
La
búsqueda de clientela tiene más de jungla que de sociedad avanzada, dudando
mucho que en la jungla se empleen sistemas tan agresivos e insultantes. Y es la
normalidad, ya no resulta extraña la llamada a la tan inadecuada hora de la
siesta ni la audición de una voz que en tono sudamericano nos incita
correctamente a escucharle. Es muy importante saber transmitir las excelencias
del producto y para ello se usa una metodología de seducción que conduce a la
aceptación de manera incondicional aunque surja el arrepentimiento a los dos
minutos del cuelgue. Esta tendencia no tiene límites marcados ni fecha de
caducidad, así están pensadas las formas y así se ponen en práctica.
Qué
de bueno, de obsoleto, de absurdo, de inhumano, de procaz, de incorrecto o de
burdo tiene este sistema nos lo planteamos a cada instante e incluso ponemos
observaciones contrarias en la conversación, no es misión del cliente marcar la
pauta, así funciona el mundo y así correspondemos los mundanos, mal que nos
pese. Aunque, en un generoso rincón de nuestra
comprensión, admitimos que quien está al otro lado se dedica sencillamente a
buscarse la vida al igual que nosotros la buscamos, quizá con otra fórmula o la
misma, en la acera de enfrente. Y entonces nos fiamos de seguir siendo
tolerantes.
Ramón
Llanes. 24 de junio de 2015
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