VIVIR
Nos
cuesta vivir. No refiero mi atención al desgaste económico. A vivir, a
respirar, a estar, a acomodarse. Vivir en términos de alcance de medios para
sortear las inclemencias duras o absurdas de esta existencia a veces útil, a
veces indeseable. Cuesta la misma vida vivir. Me imagino al gato con su
preocupación por comer, dormir y reproducirse; me imagino al toro que parece no
preocuparse más que de alimentarse; me imagino al pájaro que su objetivo
primero lo centra en el vuelo y en la reproducción una sola vez al año; imagino
la piedra que no tiene preocupaciones, sí en cambio el agua que anda, habla y
se relaciona; imagino la forma de vivir de un ciego en el paraíso, quiero
imaginar que sus anhelos serán los
mismos que los del toro o casi ni esos. Imagino al hombre, me hago más idea, y
es un ser tan adaptable que vive en condiciones extremas siempre.
Que
el hombre sea un ser radical lo dicen las experiencias científicas y además
dicen que la más importante de las preocupaciones de este ser llamado
mujer/hombre es mantener la vida, por encima de todo, incluso del deseo o de la
felicidad. Y al hombre/mujer le cuesta mantener el tipo más que a nadie de sus
socios naturales.
Vivir
en la soledad de tenerse y sobrevivir en el desamor y mantenerse intacto en
vida cuando el dolor ataca; vivir a pesar de los enemigos interiores, de esos
que desconocemos y nos llegan alguna vez, díganse depresiones, desganas, cáncer,
virus, inapetencias, etc. Es cierto que estamos incapacitados para casi todo,
que somos pura materia vulnerable y que aún a este pesar correteamos las vigas
altas cercanas a las nubes, sin paracaídas; es la vida.
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