LA CANCIÓN DEL OLVIDO
También hoy me apetece
acercarme de puntillas, bajar por la chimenea, como si quisiera ser un
“reymago” cualquiera, y sorprenderte en la cocina mientras preparas el fuego. Y
allí, compensarnos de la ausencia que nos señala la espalda y nos detiene la
boca al completo. Hoy es lunes casi de verano y los pronósticos son extraños y
baldíos, secos y tristes; no hay tiempo que nos apoye, ni estación que nos
acoja con merecimiento.
Estoy,
como dijimos, en la cocina; quedaron de anoche algunos platos en el fregadero,
huele aún a tostada recién hecha y el sol encandila por los cristales porque
sabía que no me esperabas. Han pasado muchas cosas, quizás menos de las
previstas o quizás más; tampoco sé si me estarás escuchando, tampoco sé si ayer
te acordaste de alguna tarde conmigo, tampoco puedo saber lo que nunca me
cuentas, siempre te guardas algo y lo dejas al albedrío de la memoria con
riesgo a perderlo, no lo hagas. Tampoco sé si el verano empezará cuando me veas
o el verano acabó cuando me miraste la vez de un viernes santo; tampoco sé si
es fiesta en tu alma, como es funeral en la mía. Tampoco atino a saber los
remedios que la medicina tiene para estos casos. Es un mal, es mucho mal, que
me hace tener una queja constante, una pena desorbitada que palpo en la
soledad, a la que llegué por el imperativo legal de tu ausencia.
Sigo
en la cocina y ya no estás, los cacharros hierven y yo escribo un poema de
olvido en los azulejos, la mañana ha comenzado a tontear con el sol, ahora sí,
ahora no. Me sobra tiempo y me sigue faltando constancia, se me rompió de tanto
silencio. Me sobran recuerdos, es necesario voltearlos y darles nuevas
sensaciones hasta que ellos mismos se inicien en la gloria. Siempre no son
alegres los recuerdos, lo decían los libros de amor. Los míos los tengo
intactos, son fuertes y apasionados pero necesito removerlos.
Te
dejo mi poema en la cocina, no lo borres, y así sabremos que la vida no se nos
acabó con el olvido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario