NANAS DEL MEMBRILLO
Fuere más un acuerdo a
que el estío prolongara su vigencia, acuerdo dicho en términos de universo o de
órbitas astrales, algo que culmina sin saber nosotros su misterio y se inventan
nanas del membrillo nunca oídas en otoño caluroso. Fuere así hasta que cupiera
la explicación más pueril para entenderlo. No es viento ábrego, es sol con
ábrego espaldar, calumnia de la naturaleza o complejo, injerto de postizas
greñas que habitan los abrojos en este tiempo cursi como la barra de labios en
color arcoiris.
Para adormilar los
niños son las madres cántico con nanas del membrillo que aún siendo la
anochecida adelantada han de resecar las bocas ardientes de la jornada infantil
que es redicha en tantos juegos y dobleces; se requiere la paz de una soledad
durmiente y el membrillo huele a serenidad intocable para bien del mañana. Debe
ser, como decía, un acuerdo tácito y complejo este alargamiento de clara
templanza que conduce a desear la húmeda acera, el chubasquero, la sonrisa
mojada, el chapoteo, las tardes grises, la lluvia sostenida en el aire, el olor
a mosto, los “quesiños”, la cazuela y el escalofrío.
Hasta su dominio se
figurarán los niños que son siempre así los tiempos y no existen diferencias
entre inviernos y veranos, entre helados y membrillos, aunque ellos sigan
convencidos que de tal ropaje es la felicidad.
Ramón Llanes
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