COMENTARIO
SOBRE “TODO CUANTO APRENDÍ DEL OLVIDO”
A
través de magníficos diálogos reflexivos y poéticos que llegan de forma directa
y sin permiso al lector es como “Todo cuanto aprendí del olvido” consigue
envolvernos mágicamente en la historia y vivencias de un grupo de jóvenes a
finales de la década de los 60 en lugar llamado Tarse.
La
novela nos muestra un mosaico de momentos que dibujan tanto la etapa histórica
como la etapa vital de los personajes. A lo largo de la obra el lector se
siente partícipe de un enjambre de recuerdos que lo atrapa. Personalmente he
llegado a sentirme un personaje más de la obra, rodeada de todos, inmersa en el
momento, deseosa de haber podido compartir amistad, ilusión, inicio… El autor
consigue crear un diálogo imaginario con el lector, el cual mentalmente podría
insertar una intervención para corroborar o contrastar pareceres en las
conversaciones de los actores de la historia.
Entre
música, olor de aromos y sabor de mina nacen temas como el desarraigo, las
reivindicaciones sociales, el nacimiento de ideologías y por encima de todo late
el amor: Amor romántico y Amor a la madre tierra, no exento este último del
miedo a la traición de los orígenes.
Las
relaciones espacio-tiempo están admirablemente tratadas. Aquellos lugares de la
infancia y juventud vistos desde los ojos de la madurez se llenan de vida
y “son” porque fueron vividos. Se acercan tanto al presente que consiguen
llevarnos a una atemporalidad deseada de los lugares, que enriquecen
enormemente la obra.
La
multitud de personajes se debate entre las individualidades y el conjunto de
personajes colectivo de momentos únicos como aquel del “conglomerado de
sonrisas”. No se puede expresar más con menos palabras.
El
miedo al olvido que traspasa la obra se ve aliviado gracias a elementos básicos
de la vida como el baile y la música que, cual magdalena de Proust, hacen
revivir todos los recuerdos.
“Todo
cuanto aprendí del olvido” es una obra para leer con calma, recreándose y
profundizando en cada situación. Los diálogos son de una gran riqueza tanto
desde el punto de vista de la reflexión como de la digresión poética. No se
puede pasar por ellos de puntillas, hay que hincar la huella y empaparse de
sabiduría y de ilusión.
En
mi opinión la obra está plagada de microrrelatos que podrían preludiar una
saga, ya que la multitud de historias y personajes que llenan el libro bien
merecerían su novela propia.
Por
todo ello recomiendo su lectura por ser un trozo de historia atemporal contada
con una magnífica calidad literaria y animo a su autor, Ramón Llanes, para que
siga novelando las vidas de algunos de esos personajes que ya son como amigos
de toda la vida para el lector.
¡Enhorabuena,
Ramón!
Maite
Escobar Zamora
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